Uluru

Era una tarde habitual de Domingo inglés. Nublada, de sol tímido, ventosa, que te puede transportar al otoño, haciéndote olvidar que la primavera llegó. La luz fluctuante entraba en la sala del hospital creando tonos oscuros que se iluminaban por segundos o minutos. El edificio era una huella triste del sistema de salud inglés. El paso del tiempo no le prestó ni una caricia renovadora. Se había convertido en una foto abandonada a la intemperie de un pasado mejor.

Cuando llegué a la sección de neurorrehabilitación del hospital, mi paciente preferido, Denzel, estaba sentado en su sillón, en la primera habitación compartida. Me acerqué a saludarle. Él levantó la vista por encima de sus gafas sonriendo con sus cejas y ojos, revelando el aprecio mutuo. Dijo:

—Menos mal que has llegado. Que aburridos son los otros —sonreí aceptando el elogio.

Después del informe diario que nos dio la enfermera, leí en la rotación que era mi turno para acompañarle. Denzel necesitaba cuidado continuo. En general, era un tipo tranquilo, en sus sesenta largos, de cabello largo que no le llegaba a los hombros, una reducida calva central y barba canosa de chivo. En la mesita con ruedas que tenía delante, había revistas de jardinería, una taza de té a medias y un dominó al que jugábamos de vez en cuando. Me senté a su lado.

—¿Qué deportistas famosos hay en Cornualles? —Le pregunté.

—Muchos, demasiados.

—¿Algún jugador de golf?

—Eso ya no me acuerdo, pero seguro que hay alguno. Tenemos campos de golf a patadas en Cornualles —junto con el rugby eran sus deportes preferidos.

Tomé la tablet del hospital que estaba protegida con un plástico azul con forma de elefante y le dije:

—Busquémoslos.

Denzel se deleitaba hablando del reino independiente de Cornualles. Anhelaba haber sido profesor de historia para enseñar a los niños la verdadera historia de su patria y recordarles que no eran ingleses. Se había dañado el cerebro en un desafortunado accidente en su casa. Sufría episodios de delirio acompañados por la demencia que había llegado de manera temprana. A menudo le recordábamos que usara su andador, ya que se cansaba inesperadamente y perdía el equilibrio con frecuencia.

El silencio se hizo presente, después del estudio diario de los secretos que la Wikipedia nos desvelaba acerca de Cornualles. Denzel tomó unos sorbos a su té y de repente, el delirio le golpeó sorprendiéndome como un trueno en un día soleado. Se levantó, buscando en el armario su abrigo, con la esperanza de regresar a su hogar. Estaba rehabilitado en todo lo posible. Llevaba meses esperando ser admitido en una casa de salud de su localidad. No encontró el abrigo adecuado. Comenzó a deambular por los pasillos, desde la salida de emergencia que intentaba abrir, hasta la entrada principal, que estaba cerrada con acceso de tarjeta. Miraba por el cristal de la puerta y refunfuñaba:

—Me tienen encerrado. No soy un animal.

—Estás aquí hasta que te recuperes —le contestaba.

—Recuperarme de que, ya estoy bien. Me tenéis encerrado. ¿Cuándo me vais a dejar salir?

—Mañana le puedes preguntar al doctor. Esta noche nos quedamos aquí.

Le calmaba con palabras que movían sus conflictos sin resolución hacia el día siguiente, mentiras. Sabía que cuando la enajenación le dejara de poseer, se tranquilizaría y aceptaría la situación en la que vive.

—Me voy a Melbourne —decía—, me espera un buen trabajo.

—Pero Melbourne está lejos. ¿Sabes dónde estamos?

—En la oficina.

—No, estamos en un hospital.

Una enfermera pasó por la entrada. Denzel esprintó, para llegar tarde.

—Quiero salir —gritó.

—No puedes. —Me miró enfadado. Caminó hasta llegar a una basura en la que se apoyó para patrullar la entrada. Al rato se levantó en busca de algo en sus pantalones sin bolsillos.

—¿Qué buscas Denzel?

—Las llaves de mi casa. No las encuentro.

—No las tienes. Las mandamos por correo a tu nuevo hogar —me miró dudando.

Volvió a su cama. Buscó en la silla, debajo, detrás, en el armario y en cada esquina posible.

—Me tengo que ir a Melbourne, me espera un buen trabajo —reiteró.

El ciclo podía repetirse dos o tres veces, añadiendo algún factor nuevo. Era como ver un disco rayado que vuelve a la misma escena tras unos minutos.

Caminó nuevamente hacia la salida. Intentó abrirla sin éxito. Se dirigió a una silla dispuesto a continuar con su patrulla. Se tocó los bolsillos inexistentes. No se sentó. Volvió hacia su cama. Fue al baño. No encontró nada. Fue hacia las duchas. Acabamos en la salida de emergencia. Volvió atrás, pasando por el gimnasio de rehabilitación. Terminamos en la última habitación compartida. Le saludó Alistair, el único paciente que estaba allí en esos momentos.

Alistair descansaba en su cama, acompañado por su prometida, una mujer alta, muy atractiva. Había sido cirujano. Le encontraron inconsciente en la cuneta con su bicicleta. La primera noche bajo mi cuidado fue todo un desafío, marcado por su inquietud y un torrente de palabras que fluctuaban entre elogios y preguntas repetidas. Respondía como si fuera la primera vez que me hacía cada pregunta, dejándome agotado de tanto contestar lo mismo. Quería saber dónde estaba, quién era el doctor, que hacía en la cama y porque no podía irse a su casa. A pesar de que no podía caminar, era uno de los que llamábamos «escaladores»: pacientes que intentan salir de la cama sin tener el equilibrio para mantenerse en pie. En esas ocasiones, cubrimos las barras de protección de la cama con plásticos acolchados.

Estaba sentado enfrente suya, calmándole con palabras, sonriendo, e impidiendo que se cayera. Era un tira y afloja constante. Cada veinte minutos escalaba y entre medias me ametrallaba a preguntas. El silencio era una señal de alerta. Se movía poco a poco hacia el final del lecho, situando su cuerpo para trepar, como un niño pillo, intentando engañarme, hasta que hacía su movimiento final que mi cuerpo impedía. Alrededor de las cuatro de la mañana, di un cabeceo de inconsciencia. Alistair casi logra su cometido. Abrí los ojos, enfoqué con la linterna y le vi a punto de escapar hacia lo que él creería que era su libertad, el duro suelo. Con un salto, sostuve la mitad de su cuerpo en el aire evitando la caída. El enfermero vino a ayudarme y aprovechamos para limpiarle y cambiarle la cama. Sería la cuarta vez que lo hacíamos. Alistair, ajeno al control de sus necesidades básicas, era un recordatorio de la fragilidad humana.

El amanecer iluminó los rostros dormidos de los pacientes. En la ventana vi fotos suyas, había otra en su mesa y algunas más pegadas en el armario. Fotos con su prometida en un velero, celebrando con amigos, bebiendo, en una casa lujosa, con un jardín precioso, en fin, fotos de una vida que desde la distancia cualquiera querría formar parte de ella. Una vida de ensueño, ahora suspendida en el tiempo. La compasión que sentía al verle en ese estado de no ser, se incrementó al darme cuenta lo mucho que había perdido en tan solo un instante. Por suerte respondió bien a la medicación, los ejercicios y el sano pasar del tiempo. Ahora era capaz de dar unos pasos, pensaba con coherencia y aunque su carrera de cirujano había acabado, su espíritu era pura luz. Era el alma del hospital, siempre viendo el lado positivo de cada situación y de cada persona. Su prometida traía dulces de una pastelería de lujo. Ella sonreía y se reía con él. Por fuera parecía que había aceptado el cambio de destino sin ningún problema. Alistair tenía un don especial para apaciguar a Denzel. Hablaban de historia, de sus vidas pasadas, de la salud y del clima, como buenos ingleses que eran.

La calma en la mirada de Denzel, un regalo de Alistair, se desvaneció en un instante. Se levantó con prisa, de manera peligrosa, olvidando a su fiel compañero de viaje, el andador. Lo coloqué frente a él. Marchó hacia el baño con urgencia. Llegó con los pantalones mojados. Cuando se sumía en conversaciones, se olvidaba de sus necesidades y para cuando se daba cuenta era demasiado tarde. La próstata engrandecida no ayudaba. Intentaba hacer pis sentado, refunfuñando. Aproveché para salir del baño y llamar a una enfermera. Trajo unos calzoncillos y unos pantalones naranja del hospital, que sumaban a la idea de Denzel de que estaba en una prisión. Denzel intentó echarnos del baño. Quería más que un simple alivio. Si hubiera estado solo, me hubiera apartado detrás de la puerta, ocultándome detrás de las cortinas de la entrada del baño, dejándole un poco de intimidad. Pero la enfermera no lo permitía. Había que estar con él en todo momento, podía caerse. A Denzel no le gustaba ni lo entendía. No concebía como el sistema de salud le había quitado hasta el más íntimo momento de dignidad. La enfermera se mantenía en el baño dura como un menhir. Por suerte era espacioso. Cuando terminó, Denzel se levantó enfadado, insultando. Se limpió de pie, con una mano agarrándose a la barandilla del váter, la espalda encorvada, mirando a la enfermera como un ogro enfurecido. Estos eran los momentos peligrosos de Denzel, cuando se enfadaba, insultaba y amenazaba. En parte le entendía. Debe de ser frustrante no tener ni libertad para limpiarte el culo en soledad. Atrapado en una mente que ya no entiende la realidad, en un laberinto de pasillos y puertas que se cierran al verte llegar, sin poder volver a tu hogar. Durmiendo varias siestas al día, durmiendo mal de noche, cada día igual al anterior. Cada semana la misma comida recalentada. Yo también tendría mis momentos de rebeldía y furia.

Salió del baño. Volvió su ansia de fuga. A la derecha, pasamos dos habitaciones individuales. Había cinco para personas con infecciones contagiosas. A la izquierda, el pasillo se abría en habitaciones compartidas sin puertas. Pasamos por la única habitación compartida de mujeres en la que había cuatro pacientes, cada una de ellas enfrentándose a su nuevo destino lo mejor que podían. Una joven que debido a un accidente había quedado discapacitada. Se reía con frecuencia, aunque su humor, impredecible, podía tornarse tempestuoso, entre arañazos, puñetazos y mordiscos. A su derecha había una mujer con varios tubos conectados a su cuerpo. En las otras dos camas residían, una mujer en silla de ruedas con parte de su rostro caído, recuperándose con alegría y otra mujer tumbada, dolorida, que apenas podía moverse.

Continuamos nuestro camino, dejando atrás su habitación compartida y la recepción, hasta llegar a la salida. Su mirada se desvió hacia la puerta abierta del jardín. Cruzamos el comedor, con su televisor murmurante, y salimos al aire libre, solo para encontrar una nueva barrera: una muralla de madera que se alzaba ante nosotros.

—Me tenéis encerrado. No soy un colibrí.

—Nos podemos sentar aquí, si quieres. Hoy no hace frío.

—No quiero sentarme. No soy ni colibrí, ni loro, ni una ardilla enjaulada —dijo señalándole al árbol del centro del jardín. El sentido del humor indicaba que estaba volviendo a la normalidad.

—No ya, si de eso ya me he dado cuenta, eres muy alto para ser una ardilla. Si fueras una jirafa, al menos podrías mirar hacia afuera —sonrió.

—Mejor un caballo, así salto esta valla endemoniada —nos reímos.

—Uh, ¿para saltar esta valla? Un caballo gigante, no sé yo.

—Esto es pan comido para los caballos del Grand National —la competición ecuestre de obstáculo más importante de Inglaterra.

—¿Te gusta el Grand National? Lo podemos ver en la tele, si quieres.

—No, no, me dan pena los caballos, los maltratan. Cada año mueren unos cuantos.

—Podríamos ir a tu mesa y ver algo de rugby o escuchar blues, que te gusta —sonrió nuevamente.

—Vale vamos —dijo con voz resignado.

—¿Quieres un zumo de manzana?

—Sí.

En la penumbra de su habitación compartida, entre las dos ventanas, la televisión parpadeaba. Denzel se acomodó en su sillón, flanqueado por el armario, al lado de su cama. Sobre la cama, una pizarra mostraba la información que facilitaba nuestro trabajo: nombre, metas de rehabilitación, movilidad y algún que otro dato. Busqué un video de jardinería que le llevó al mundo de los sueños.

Un momento de paz. El hospital se sumía en la calma los fines de semana, sin doctores, ni terapeutas. Algunos familiares venían de visita. Solían reunirse en el comedor o en el jardín. Si no era peligroso, les permitían salir afuera. Los más afortunados podían pasar el fin de semana en sus hogares, si estaban adaptados para su nueva condición. En general, a los que necesitaban casco no les recomendaban salir. Dependiendo de la operación, algunos de ellos llevarían casco por el resto de sus vidas.

Geoff, era el vecino a la derecha de Denzel. Tenía noventa y un años. Era alto, de rostro estirado, cabellera blanca con una entrada y ojos azules claros. Su hija le había visitado al medio día con su marido. Estaban preparando la vuelta al hogar en donde sus nietos le cuidarían. Geoff, con su acento del norte de Londres y voz profunda, compartía historias de su pasado de minero y de sus viajes por el mundo. Era tranquilo, simpático, sonriente y dispuesto a las bromas. La mente le funcionaba a la perfección. Estaba rehabilitándose de una enfermedad degenerativa que afectaba su sistema nervioso y motriz. Me miró y me dijo: —Smooth—. Puse la radio en la tele. Música de los 80.

El crepúsculo se insinuaba, pero no lo suficiente para encender las luces del techo. La cama vacía, enfrente de Geoff, era un eco de historias pasadas. Me daba pena mirarla. La última persona que la ocupó, fue Mark. El paciente más rebelde que haya conocido. Negaba toda ayuda, rechazaba los ejercicios de rehabilitación, no le preocupaba ni su incontinencia, ni la falta de higiene y apenas comía. En el informe matutino me advirtieron acerca de él. Aunque no era mi paciente ese día, quise conocerle. Charlamos en castellano. Su acento era impecable. Había sido profesor de inglés. Conocía España mejor que yo. Regresó a Inglaterra tras la muerte de su padre. Mark intentó suicidarse saltando por una ventana, rompiéndose las piernas, fracturándose la cabeza y quedando discapacitado.

—Desde que volví a Inglaterra todo me ha ido mal. Solo mala suerte. La vida es una perra, cuando piensas que todo va a ir bien, se va todo a la mierda.

—Tienes cincuenta y cuatro años, aún te queda mucho por vivir.

—Que va, no me queda nada. Lo he perdido todo, todo. Ahora, pum —dijo con un gesto de manos—, solo cuesta abajo.

—¿Qué te pasó?

—¿A mí? De todo macho, si te contara…, no veas. Mi padre murió y no me pude ni despedir de él, lo mismo con mi madre que murió un año después, junto con mis dos hermanas en un accidente de coche en navidad. Mi mujer murió de cáncer el año pasado, no tengo a nadie.

—¿No tienes sobrinos, ni ningún familiar o amigos?

—Sí, sobrinos, pero no hay relación con ellos y mis amigos se quedaron en España. Nadie me quiere. Soy un sin amor.

Me quedé en silencio sin saber que decir. Absorbí su pena queriendo entender en plenitud este punto de vista que la vida me estaba mostrando. Le dije:

—Siento mucho que te sientas así. Es muy triste lo que te ha pasado.

—¿Qué sentido le verías tú a la vida en mi lugar? ¿Para qué vivir?

—No sé si la vida tiene algún sentido, supongo que ayudar a los demás y… —iba a añadir, disfrutar del amor de las personas que están a nuestro alrededor—, no sé que más se puede hacer en la vida que ayudar a los demás. Por lo menos a mí me funciona. Si al menos puedo ayudar a alguien mi vida tiene algo de sentido.

—¿Qué quieres que haga yo? Si no puedo ni limpiarme el culo. No puedo caminar, me mandaran a una casa de salud, minusválido, no, no tiene sentido seguir así. Me queda poco.

Al concluir aquel día, me hice una promesa: visitarlo en mis días libres. No la cumplí. Si bien es cierto que quiero ayudar a cada persona que se cruce por mi vida, hay un límite, sobre todo en el trabajo. El límite distingue entre ayudar o querer rescatar a alguien de su vida, una tarea que tan solo ellos mismos pueden hacer. Quería ser su salvador. Quería darle lo que necesitara para que superara la depresión y volviera a vivir. Pero no me atreví. Tenía que protegerme, emocional y físicamente. No le conocía como persona y no estaba dispuesto a asumir el riesgo. Mi mirada volvió a posarse en la cama vacía y me pregunté si aún seguiría vivo. Una pregunta surgió en mi mente, una pregunta que quedará sin respuesta por el resto de mi vida: ¿Qué hubiera ocurrido si me hubiera arriesgado?

En la cama contigua estaba Robert, tumbado. A sus cuarenta largos, se movía, caminaba y hablaba con una aparente normalidad, aunque su lentitud motriz y la cicatriz en su cabeza contaban una historia diferente. Sobrevivió a un derrame cerebral. Me contó que la noche del derrame estaba en el pub. De regreso a casa pasó por el supermercado y compró un par de cervezas. Llegó a su casa, puso las cervezas en la nevera y después tan solo había vacío hasta que se despertó en el hospital. Le daban de alta el viernes. Le pregunté:

—¿Qué es lo que más ganas tienes de hacer?

—Nada en especial —contestó.

—Habrá algo que eches de menos, un paseo por la playa o por la naturaleza. Tanto tiempo metido en el hospital ha de ser un agobio.

—No te creas, me gusta la rutina que hay aquí. Más que nada quiero ver que tal estoy. Llegar a casa y ver que tal me sienta la cerveza. Vivir un día, después otro, e ir viendo. Era una persona muy activa. Me encantaba pasear y hacer senderismo, pero ahora, no sé que es lo que quiero, bueno, si, vivir momento a momento y ver que tal estoy. Me da miedo irme solo. ¿Y si me vuelve a pasar lo mismo en medio de un bosque?  —Le miré en silencio, sin saber que decir. Me preguntó:

—¿Qué vas a hacer en tus días libres?

—Descansar —contesté—. Estoy agotado, noto como el estómago se me tensa, duermo peor. El estrés, mi viejo amigo, siempre me está tocando la puerta.

—Ya, te entiendo. Yo también sé de estrés. Trabajaba cincuenta y cuatro horas a la semana, a tope y ¿para qué? Cuántas horas desperdiciadas. Cuando vuelva a casa, me voy a tomar la vida de otra manera.

—No te queda otra.

—No, pero tengo suerte, estoy vivo. Podría haberse terminado todo y ¿para qué? Tengo una segunda oportunidad —dijo sonriendo.

—Bueno, si no te veo antes de que te vayas, suerte en tu nueva vida.

—Gracias, y que te vaya bien a ti también.

Denzel se despertó confundido. Me dijo:

—¿Dónde está el didgeridoo?

Pensé que se refería al mando de la tele. Geoff estaba escuchando música en su silla de ruedas mirando las paredes, así que le dije que no sabía donde estaba.

—No es el mando, el didgeridoo, ¿dónde está?

—¿Quieres escuchar didgeridoo? —Pregunté confundido.

—Sí —contestó.

Navegué por Youtube en busca de las melodías ancestrales de Australia. Los sonidos caleidoscópicos comenzaron acompañados por la imagen estática de Uluru; una montaña monolito anaranjada, rodeada de vegetación desértica verde amarillenta y un cielo azul impactante. Denzel cautivado, observó la foto antes de sucumbir al sueño, arrullado por las armonías que no eran ni sosegadas ni monótonas.

Otro momento de tranquilidad. Disfruté de los ritmos inesperados, sintiendo el entorno, consciente de mi respiración y cada parte de mi ser. Mi atención fluctuaba bailando con la música del didgeridoo, encontrando su diana cada vez que miraba la imagen de Uluru. En un instante, algo inusual sucedió. Las vibraciones del didgeridoo vaciaron mi mente por completo. Todo lo que sucedía a mi alrededor se fundió en una sola percepción, lenta, plácida, profunda. La sensación de estar vivo se convirtió en un fluir sincronizado sin mi mente categorizando o dudando. Mis sentidos formaban parte del medio ambiente. Me sentí unido a mis compañeros —los pacientes, al edificio avejentado, a la luz filtrándose por la ventana y al didgeridoo. Era como estar en un acuario, con la decoración siseando de un lado a otro, los peces yendo y viniendo. El ‘yo’, que suelo considerar mío, se convirtió en el agua, notando cada movimiento. Denzel durmiendo. Geoff contemplando la pared, sumido en pensamientos, murmurando: —No, no sé, no sé—. Pasándose la mano por la cabeza. La cama vacía. Robert recostado, mirando por la ventana. Sin darme cuenta, me pregunté: ¿dónde estoy? ¿Dónde está mi ‘yo’? La pregunta me transformó en pez, dejé de ser el agua. Los límites de mi conciencia individual tomaron forma nuevamente. Una sensación de paz y gratitud se deslizó por mi cuerpo. Mi mente se convirtió en un haz de luz atravesando la claridad del océano. Los pensamientos fluyeron como un río primaveral, colmado por el agua del deshielo. El hospital es un purgatorio para aquellos que podrían haber terminado en la bolsa negra de plástico. Renacen en un útero clínico en el que vuelven a aprender quienes son. El tiempo desaparece y no tienen otra opción que reflexionar y enfrentarse a sí mismos. Abandonan el útero siendo personas distintas. El sufrimiento de no ser la persona que fueron, tiene el poder de hacerles sentir que el camino que surcan lleva al infierno. Un infierno que no han elegido, en el que las circunstancias externas dictan sus vidas. Otros pacientes eligen ver otros caminos… Mis pensamientos fueron interrumpidos por el torbellino de la realidad. Un paciente con su casco, acompañado de una enfermera, cruzó hacia el baño enfrente nuestra. Denzel despertó. Mi turno de cuidado concluyó. Llegó mi relevo.

Observé a Geoff, su cabeza oscilaba recorriendo la pared. La curiosidad me llevó a preguntarle:

—Te veo mirando la pared de un lado al otro, murmurando. ¿Qué te preocupa?

Sus ojos se encontraron con los míos, mostrando una complejidad emocional entre melancolía y júbilo. Una sonrisa se dibujó en su rostro antes de preguntarme:

—¿De veras quieres saberlo?

Asentí, devolviéndole la sonrisa. Se volvió hacia la pared, tocó su barbilla con la mano, bajo la vista al suelo y volviendo a clavar sus ojos en los míos, me dijo:

—La vida es preciosa, me pregunto cuanto me queda.

Damien Melhem Quesada

LA CASA DE LOS MIL DEMONIOS

Ella, chula, madrileña hasta los huesos, de tono, de acento y en gestos. Vestía de negro elegante y esvelto. Llamativa como las italianas de medianoche. La poca luz del antro era reflejada en sus ojos como faros en la oscuridad de aquellos que se atrevían a resistir su mirada. Soberbia y segura en cada movimiento. Bailaba con un amigo de un amigo de mi amiga. Él estaba hipnotizado, fluyendo con los movimientos de ella. Ambos eran seres inusuales. Los ojos de él sobresalían a juego con su boca desmedida. Lo que en otros hombres se vería como proporciones exageradas, en él formaban una complexión perfecta, seductora. Mientras bailaban se insinuaban deseos al oído. Noemi, mi amiga, que no veía desde hace años, consiguió interrumpir el hechizo ofreciéndoles un porro. Ellas intercambiaron palabras. Él y yo nos miramos. Había algo en sus ojos y en su sonrisa estática que no era capaz de descifrar. ¿Qué corría por sus venas? Eran las 10 de la mañana. La pastilla que había tomado comenzó a subirme. Ella giró su cuerpo con soltura y me ofreció con su uña un polvo desconocido. Noemi ya había entrado en el juego. Me negué de primeras. —Es nexus —dijo ella. El gesto de brazo de Noemi, me ordenaba y me decía, pa dentro, déjate de tonterías. Acerqué mi nariz y me preparé para lo desconocido. En círculo, volvimos a la danza ritual del tecno. 

El antro estaba camuflado en los bajos de un bar del centro. Afuera, había una terraza de dos filas. Dentro, al fondo, se veía una barra con forma de L, más mesas y al lado de una máquina tragaperras, una escalera. Bajando se llegaba a los baños ruinosos, con charcos de agua, oliendo a papel mojado y humedad. Detrás de los baños había una puerta de metal. La típica puerta que uno ignora sabiendo que estará cerrada o que tras ella solo se encuentran trastos y suciedad. Noemi abrió la puerta. Llevaba a un pasillo con garrafas de gas vacías y sillas apiladas, que hacía de chillout. Retumbaban los bombos electrónicos. La densidad del ambiente y el olor a tabaco comenzaban a sentirse. En una esquina, unas sombras se reían entre la luz de los porros. Saludo, diez euros y adentro tras la segunda puerta de metal. Un golpe sonoro y caluroso se mezcló con la niebla de nicotina y THC. La luz tenue, azul por un lado, apenas se distinguía de donde procedía. Al fondo, otra luz, roja. Difuminaban los rostros, las figuras y el fondo, como una marina impresionista. En ese momento fue cuando vi por primera vez a la ninfa y al fauno. Bajamos los tres escalones y comenzamos a bailar junto a ellos.

El nexus tardó su tiempo en hacerme efecto. Mi percepción comenzó a cambiarme. El fauno y la ninfa se derretían en una sola substancia. Los brazos de ella se elevaron. Parecía que comenzaban a bajar, cuando en realidad era su cuerpo descendiendo. Uno vino por detrás y la sujetó junto al fauno. Otro más alto apareció y entre los tres se la llevaron fuera de la pista como si no pasara nada. No entendí que sucedía. Los tonos y siluetas comenzaron a mezclarse con el humo, solidificándose como polímeros de la cuarta dimensión fusionándose unos con otros. Noemi me miró con los ojos abiertos a más no poder y me dijo: —Vaya pedo que llevo—. Los sonidos del tecno nos envolvieron. Ella se agarró al altavoz siseando con su cuerpo, emanando sexualidad. Por un momento me convertí en fauno, imaginándome fundido con ella. Pero no pude, algo me detuvo. El tecno bajó a una atmósfera oscura y a su vez el antro se volvió un abismo de sombras en donde el suelo, las paredes y el techo estaban unidos en una misma dimensión espacial. Todo era techo, todo era pared, todo era suelo. Sentí vértigo. Cerré los ojos e inspiré intentando controlar mi percepción. Al espirar y abrir los ojos me encontré en la casa de los mil demonios. Me observaban con todo tipo de expresiones que juntas formaban una mueca astuta. Una mueca que dijo en silencio: —Sin palabras, te conocemos—. Sus ojos atravesaban mi piel, mis órganos, mis huesos, mis entrañas y mi alma. Veían mi sufrimiento, el de hoy, el de ayer, el de siempre. El de esta vida, mis vidas pasadas y las vidas del mañana. Mi sufrimiento, el tuyo y el nuestro. Desde que la conciencia se despertó en la humanidad hasta el último momento. Sentí un dolor que rasgaba quemando cada célula de mi cuerpo. Me vi a mí mismo ahogado en el fondo de un lago viscoso de sangre cálida coagulada. Aguanté la respiración nadando a la superficie. El cielo era negro apuñalado con estrellas rojas que se movían lentas, como lágrimas sangrantes. Inspiré. El dolor se volvió ajeno, distante, disperso. Espiré, cerrando los ojos. Algo cambió en mi. Percibí lo que sucedía como si fuera un documental de guerra, mostrándome los rostros desfigurados de los que lloran ante los cadáveres de cera y pelo, deformados por el napalm. La piel quemada no tenía olor. Cerré otra vez los ojos. Me convertí en un espectador caminando por una galería, viendo a los ganadores del concurso de fotografía de World Press. Observaba desde mi cómoda distancia a las almas en pena retratadas en su sufrimiento, convirtiéndose en actores improvisando lo que nunca hubieran querido vivir. Inspiré y abrí los ojos teñidos en rojo, saturados por el dolor ajeno. ¿O acaso era el mío, el nuestro?

El tecno volvió a mi cuerpo con los bajos a 100 bpms, retumbando en ondas de profundidad, uniéndose al ritmo de mi corazón, expandiéndose desde mi pecho. Me vi a mí mismo desde dentro de mi cabeza, detrás de mis ojos. Estaba sentado junto a Noemi. Ella intentaba comunicarse, pero le faltaban las palabras, unas se juntaban con otras amasadas entre sí, sin llegar a formar algo tangible que descifrar. Yo no sabía que decir. ¿Dónde estaba? ¿Quiénes éramos? ¿Qué vida era ésta, la de antes, la de después? ¿Acaso todo había sido real? En sus ojos volví a viajar. Vi cientos de vidas cruzadas, en las que unas veces éramos de la misma familia, otras tan solo miradas perdidas. Nuestros géneros y el color de nuestra piel se mezclaban, las relaciones cambiaban.

Uno vino y me dijo que la dejara, que la estaba agobiando. Me levanté, le miré y le pregunté confundido: —¿Eso crees?

¿Qué es la realidad? Busqué mi abrigo, dispuesto a encontrar los trazos perdidos que a cada momento se escapaban. Noemi estaba sentada encima. Lo intenté liberar, pero no encontré ayuda. Su mano me atrajo y sentí que quería que me quedara. Me senté. Miré al lugar vacío en donde se derritió la ninfa. Una serie de imágenes de lo sucedido, como si fuera un video de música pintado con oleos, surgió en mi mente. Vi al fauno entrar en la pista. Buscaba el abrigo de la ninfa. Según se iba le dije: —Cuídala.

Miré a Noemi intentando entender qué sucedía. Le dije: —Subamos a tomar algo—. Quería volver al bar, al mundo que recordaba ser real. ¿Dónde estaban la ninfa y el fauno? Mi amiga apenas pudo juntar unas sílabas para decirme: —No puedo—. Miró sus piernas y dijo: —No, no…—. Y sonrió. Bailamos sentados, como abuelos de la fiesta en silla de ruedas. Una amiga de Noemi se acercó. Le dijo algo. Sus amigas querían que se levantará y bailara. Yo no sé qué es lo que ella quería, pero algo me hacía sentir que no podía dejarla sola, aunque en realidad era yo el que no quería estar solo. Un pensamiento surgido del medio ambiente, penetró mi mente diciéndome que era un pesado. Otro me dijo, le estás dando todo el bajón. ¿Cuál era la realidad? O mejor dicho, ¿cuál era mi realidad y cuál era la realidad de los demás? Ante las dudas le dije a Noemi que tenía que subir. Arriba, uno de sus colegas la invitó a una copa. Era uno de los que se llevaron a la ninfa. Pedí una cerveza intentando volver a conectar causa y efecto en el mundo material. El bar estaba lleno de abuelos comiendo su almuerzo. Olía a tortilla recalentada en el microondas. Salimos a la terraza. Pasaban coches, transeúntes, turistas, gente con carritos, vida mundana. En la mesa del final vimos a la ninfa y al fauno. Hablaban acaramelados, como enamorados en cuento de hadas. A ella aún le brillaban los ojos, como lunas negras chocando.

Dije tanteando: —Menudo viaje te has pegado. ¿A dónde fuiste? —

Me miró sorprendida y contestó:

—Apenas me acuerdo, pero algo ha cambiado en mí, no sé—.

Le pregunté: —¿Qué tal te sientes? — .

—Rara —dijo ella—, algo me hicieron.

Un silencio surgió entre los dos que detuvo el tiempo. La conocí en otras vidas, éramos hermanas, viajeros y prisioneros. Los mil demonios nos sonreían a ambos.

—¿Te sientes bien? —pregunté.

—Sí —contestó ella—, menudo pedo niño. Aún estoy juntando las piezas. Hay vacíos que no entiendo, vi cosas raras, yo que sé—.

Él le agarró la mano y la acarició. Sus miradas eran como imanes. Noemí comenzó a hablar con ellos. Mi mente se abstrajo, indagando. ¿Qué es real y qué es ficticio?

El fauno río ante una broma de Noemí. Noto mi atención y giró su rostro con su sonrisa estática. Ellas siguieron hablando. Mantuve su mirada atravesando su piel, sus órganos, sus huesos, sus entrañas y su alma. Sus ojos vibraron, conteniendo una emoción compleja.

—Te dije que la protegieras —reclamé.

— Ya —contestó él.

La ninfa le pidió un bolígrafo al camarero. Agarró el brazo de Noemi y le escribió su número de teléfono. Se le había roto el móvil en la pista de baile. Noemi contestó con el mismo gesto.

El fauno me dijo: —Vuelvo a caer siempre en lo mismo, estoy hasta la polla—.

 Le miré creando una pausa que fundió nuestras miradas, atando nuestras almas. Observé las palabras salir por mi boca sin saber de donde procedían: —Si no te enfrentas al dolor de tu alma, les harás sentir a los demás lo que no te atreves a afrontar—.

Sus ojos comenzaron a vibrar, su sonrisa se hizo más tensa. Sonreí, uniendo mi dolor al suyo. Se relajó y nos dimos un abrazo con la energía de dos placas tectónicas chocando. A él también le conocía de vidas pasadas, le vi a mi lado sufriendo en una cárcel, éramos mujeres, los guardias sonreían con una mueca extraña.

¿Qué es este dolor que llevamos dentro? Lo heredamos y en la inconsciencia lo imponemos, contaminando generación tras generación, haciéndonos responsables del río de sangre que se divide tocando a los que están a nuestro alrededor, antes de llegar al océano de la perdición. Uno causando al otro, volviendo a causar aún más dolor, expandiéndose como el sistema nervioso de nuestras almas unidas en un solo ser, que cuando se divide no ve más allá de víctimas y verdugos. Como si fuéramos almas atrapadas en un juego siniestro de causa y efecto. ¿De dónde viene todo esto? ¿Quién fue el primer ser humano desconectado de su medio? ¿Quién fue el que rompió el espejo al ver las lágrimas del otro y no entender que el sufrimiento es nuestro? ¿Quién fue el que traspasó la piel del otro con sus dedos, atenazándole el corazón, marcándonos con la herida que no sana con el tiempo?

La ninfa le agarró del brazo y le dijo algo al oído. Él contestó: —Ya, es que estaba esperando el momento adecuado para decírtelo—. Ella le miró dudando. Noemi parecía tan confundida como yo lo estaba. La ninfa volvió a hablar en secretos con el fauno. Cuando terminaron, ella se levantó y pidió dos cervezas y dos tintos de verano. En ese momento se dio cuenta que no tenía el bolso. Se lo habían robado. Noemi le dijo que tenía que cancelar las tarjetas ofreciéndole su teléfono. Miró al móvil y dijo: —Puto móvil. No tengo ni billetera, ni naah—. El fauno la agarró de la mano, antes de que tirara el teléfono al suelo. Ella le miró a los ojos con ternura, liberó su brazo y le dijo: —Me largo—. El fauno se quedó petrificado hasta que decidió ir tras ella. Yo aproveché para aclarar lo que había sucedido con Noemi. ¿Quiénes eran los colegas de la ninfa? ¿Quién era ella? ¿Quiénes se la llevaron? Por lo que pude entender, el único colega de la ninfa era uno de los que la sacaron de la pista, junto con el otro que era uno de los Djs. Todos se conocían unos a otros, eran parte de dos o tres grupos, más los típicos perdidos como yo. La de la puerta era colega, la dj y el dj eran colegas. Según lo presentaba, parecía un lugar seguro. Le conté lo del desmayo. Ella me dijo: — No me enteré de nada. ¿Se desmayó? Joder menuda se pilló. Yo no llegué a tanto, pero ha sido el pedo más gordo de mi vida. El humo parecía sólido con formas que se mezclaban haciendo túneles, podía cambiarlos con los dedos, y… y no sentía las piernas, buah, menudo pedo. Pero no te comas la cabeza. Te ha dado una rallada de fiesta. A ver, a lo mejor cuando se la llevaron alguno le habrá tocado algo, pero no más. No te preocupes. Si la hubieran hecho algo la hubiera liado, conociéndola, anda que no le falta carácter. Antes de que llegáramos, casi se lía a hostias con una pava. Igual no te preocupes, mañana la llamo y a ver que me cuenta. —No sé —contesté mirando hacia la lejanía por donde la ninfa desapareció. A mi mente llegó un sentimiento turbio, incierto. Recordé que estuve en la casa de los mil demonios en donde todos somos víctimas del sufrimiento del principio de los tiempos. En donde todos estamos conectados en un entramado atemporal que por un segundo creí entender antes de volver a percibirlo como caos. Lo único real era el presente y para entenderlo tenía que abrir los ojos y aceptar mi sufrimiento. Y siendo honesto, se ve que en algún momento cerré los ojos pensando que era dueño del tiempo.

Damien Melhem Quesada

Como erradicar un virus: Un mundo sin poliomielitis

Foto: © Sebastian Meyer/WHO Iraq

La palabra extinción, cuando se refiere al presente, tiene una connotación negativa relacionada con la avaricia y la negligencia del ser humano. Sin embargo, hay un uso de la palabra que es positivo. Aunque parezca una tarea imposible, somos capaces de extinguir de cada rincón del planeta microoganismos como los virus y bacterias e incluso los parásitos, que deterioran, incapacitan e incluso acaban con las vidas de millones de personas.

En 1980, la Organización Mundial de la Salud consiguió erradicar el virus que causa la viruela. Las únicas dos cepas criogenizadas se encuentran en laboratorios de EE.UU y Rusia. Hubo un intento político en 1990 para hacer desaparecer el virus de la faz de la tierra. En 1993 debería de haberse extinguido. Ambos países se echaron atrás. ¿Cuáles fueron las razones? Una de ellas es obvia. El virus, puede que esté oculto en algún otro laboratorio desconocido o puede que alguna de las partes no sea honesta a la hora de destruir sus muestras. Décadas sin enfrentarnos a la viruela, nos ha dejado sin memoria genética para crear anticuerpos que nos defiendan. Con un número básico de reproducción de 3.5 a 6 (R0 de la gripe es 0.9-2.1 y del COVID-19 es 3.28) y una  mortalidad del 50%, convertir al virus en un arma biológica podría tener consecuencias catastróficas. La otra razón quizás sorprenda. En el 2012 se encontraron en Siberia momias congeladas infectadas por la viruela. Más casos como este podrían surgir según avanza el cambio climático. Entre una y otra escusa, el virus se conserva en los zoológicos de microoganismos de ambos países.

La erradicación de la viruela dio esperanzas ante la posibilidad de eliminar otras enfermedades, como las paperas, la malaria, la thymosis, el gusano de Guinea y la poliomielitis.

En 1988 fue creada la Global Polio Eradication Initiative. La ONS la llamó la iniciativa de salud pública más grande de la historia. Su lema es: “Llegando hasta el último niño”. Está dirigida por la ONS, Rotary International, el Centro de Control y Prevención de Enfermedades de EE.UU. (CDCEEUU), UNICEF, la Fundación de Bill y Melinda Gates y Gavi, la Alianza de Vacunas.

http://polioeradication.org/financing/donors/historical-contributions/

Con unos fondos de 17 billones de dólares consiguieron acabar con la poliomielitis en la mayor parte del planeta. Cuando empezó, había 1000 niños y niñas paralizadas al día. Desde entonces, gracias a la cooperación de 200 países y 20 millones de voluntarios, 2.5 millones de niños han sido vacunados.

«Nos da esperanzas. Hemos podido erradicar la polio en la India, incluso la podemos erradicar de la faz de la madre tierra… El verdadero crédito es para los 2,3 millones de voluntarios que repetidas veces vacunaron niños incluso en las zonas más remotas, a menudo en condiciones climáticas muy malas.» Manmohan Singh, expresidente de la India.

Hace 30 años la poliomielitis era endémica en 120 países. Hoy tan sólo quedan dos, Afganistán y Pakistán. Aflige la vida de las familias con pocos recursos, que necesitan a cada uno de sus descendientes para ayudarles a sobrevivir en medios de pobreza extrema. La polio es una enfermedad infecciosa que ataca al sistema nervioso, destruyendo las neuronas motoras, causando debilidad muscular y parálisis aguda flácida. Se transmite de persona a persona por secreciones respiratorias o por la ruta fecal oral, a través de aguas o alimentos contaminados. Afecta principalmente a niños y niñas de 4 a 15 años. 

Uno de los grandes obstáculos que ha tenido la iniciativa ha sido la falta de infraestructura básica de salud y transporte. Llevar las vacunas a zonas remotas con temperaturas extremas o en conflicto es toda una hazaña. La vacuna oral, que es la más usada y la más barata, necesita mantenerse a una temperatura entre 2° y 8°C.  A esto hay que sumarle los problemas de desinformación y la falta de confianza que han impedido que muchos niños y niñas sean vacunados. En algunas localidades ven con ojos sospechosos todo lo externo e incluso se considera que hay un objetivo oculto en todo lo relacionado con el primer mundo. Tampoco es fácil acceder a lugares cuando surgen enfermedades infecciosas como el Ébola o el Covid-19. Los problemas de género, también dificultan la tarea, desempoderando a las madres. Para terminar de entender lo difícil de esta iniciativa, se ha de tener en cuenta que en muchas de las zonas más pobres del planeta, los conflictos armados son tan frecuentes como los incendios estacionales.

Una vacunadora marcando a una niña que ha recibido la vacuna. ©WHO

Noora Awakar Mohammad tenía solo dieciséis años cuando comenzó a trabajar como voluntaria para el Programa de Polio en Somalia. Ha vivido una guerra civil y varios conflictos armados, que han dejado la infraestructura de salud de su país en ruinas. “Durante los años de la guerra civil, en muchas ocasiones la campaña de polio se detuvo debido a intensos combates. Tan pronto como la lucha se detenía, corríamos a las comunidades para vacunar a los niños.”

Muchas áreas son inalcanzables debido a la presencia de grupos no estatales. Estos grupos, que se oponen a la vacunación, han sido responsables de crear miedo entre los padres al difundir información errónea. “He visto por un lado a los padres negarse a vacunar a sus hijos, mientras por el otro las madres nos piden que los vacunemos. En circunstancias tan difíciles, tenemos que buscar la ayuda de líderes religiosos para convencer a los padres que se niegan.”

Vacunadoras comprobando el material. ©WHO

Zainab Abdi Usman es una comadrona en Somalia. “Durante la guerra civil, solía llevar la vacuna en un termo para mantenerla fría. La escondía debajo de mi ropa. Si los combatientes tenían sospechas, no me permitían ir a las comunidades para vacunar a los niños. Hay muchas áreas que permanecen inaccesibles.”

Reunion comunitaria para informar a los padres. © Dawood Batozai/WHO Pakistán.

Los países con niveles más bajos en igualdad de género tienen niveles de inmunización inferiores y menos equitativos. En las sociedades patriarcales, las madres se encuentran con barreras sociales y físicas que limitan sus capacidades para cuidar a sus hijos. La mayoría de las mujeres viven en completa dependencia, careciendo de los recursos y la autonomía para buscar atención médica. En estas sociedades, las trabajadoras sanitarias son más efectivas que los hombres. Ellas pueden ingresar a los hogares en áreas más conservadoras, vacunar a los niños y compartir información importante con las madres acerca de los beneficios de las vacunas.

En medio del calor extremo de la ciudad de Kandahar en el sur de Afganistán, Anis Faizy, de 24 años, se mueve con confianza entre las casas. Su objetivo es hablar con las familias que se niegan a vacunar a sus hijos contra la polio. Es oficial de Comunicaciones del Distrito para el Programa de Poliomielitis, y dirige un equipo de 56 trabajadores comunitarios.

Anis Faizy © UNICEF/Afganistán

Cuando Anis comenzó su trabajo, su padre le dijo: «Haz lo que sea mejor para ti.» Los vecinos de su comunidad, socialmente conservadora, no vieron con buenos ojos el rumbo que eligió tomar la valiente afgana. Otros le dijeron que podría ser asesinada mientras trabajaba, que no es seguro para las mujeres. Las mujeres deben quedarse en casa.

Para erradicar la polio de Afganistán, Anis cree que hay mucho por hacer. «Necesitamos mejores servicios de salud y saneamiento, más mujeres para acceder a los hogares y mejores relaciones con las autoridades locales para garantizar que las familias acepten la vacuna… Seguiré trabajando duro para que cada niño pueda caminar, asistir a la escuela y crecer sano. Es la causa de toda la comunidad para las generaciones futuras.”

El continente africano, con su subdesarrollo y recursos limitados, parecía una presa fácil para el Covid-19. Gracias a la lucha contra la polio no ha sido así. Gran parte de los recursos que estaban consignados a la erradicación del poli virus han sido destinados a la lucha contra el corona virus.

La red de laboratorios de polio coordinada por la OMS está utilizando el 50% de su capacidad para los test del COVID-19. Un cuarto de los trabajadores de la OMS han centrado sus funciones en la lucha contra el nuevo enemigo. Más de 2000 expertos de la OMS, UNICEF, Rotary, así como consultores del CDC EE.UU. refuerzan la respuesta contra el virus. La OMS ha adaptado las aplicaciones de teléfonos móviles desarrolladas con el fin de controlar el brote de polio, para que se utilicen en el seguimiento de contactos del COVID-19.

Aun así la Dra. Moeti, Directora Regional de África de la OMS, enfatiza: “Es importante que el apoyo a la respuesta COVID-19 no ponga en peligro el progreso realizado para detener todas las formas de transmisión de la poliomielitis en la región. La lucha contra la pandemia no debe ir en detrimento de otras emergencias de salud.»

A pesar de todos los obstáculos, la erradicación de la polio es un objetivo más que probable. En las últimas décadas ha sido reducida casi por completo. En 1988 había 350 mil casos. A 7 de Julio del 2020 tan sólo quedaban 85 casos salvajes confirmados. Unos años más y lo habremos conseguido. Gracias al esfuerzo mundial, el ser humano habrá eliminado el segundo microorganismo de la lista de enfermedades que afectan nuestras vidas.

Fuentes:

https://es.wikipedia.org/wiki/Ritmo_reproductivo_b%C3%A1sico

http://esmateria.com/2012/11/21/la-viruela-reaparece-en-unas-momias-congeladas-en-siberia/

https://www.historyofvaccines.org/content/articles/disease-eradication

https://es.wikipedia.org/wiki/Poliomielitis

La revolución de un adolescente que soñaba con limpiar el planeta.

Photo: Boyant Slat 12/12/19

A los 16 años, Boyant Slat (1994) buceando en Grecia, vio más plásticos que pescados. A mí me pasó lo mismo en Ibiza. La diferencia es que para este adolescente holandés, esa experiencia marcó el rumbo de su vida revolucionando la conservación de los océanos. Investigó la polución de plásticos en el medio marino y se propuso solucionar un problema que la mayoría de los científicos y ecologistas veían como una tarea imposible. Tuvo una idea, crear un sistema pasivo de recolecta usando la circulación de los océanos. En el 2012, con tan solo 18 años presentó su proyecto en TEDx (https://www.youtube.com/watch?v=ROW9F-c0kIQ). “Hubo una edad de piedra, una de bronce, y ahora estamos en mitad de la edad del plástico”, comenzó diciendo.  Un año más tarde abandonaría su carrera de ingeniero aeroespacial para fundar The Ocean Cleanup. A los 20 recibió el premio Champions of Earth de las Naciones Unidas, a los 23 fue elegido Europeo del año, y a los 24 ganó el premio Leonardo Da Vinci, y el premio al Emprendedor Europeo del Año. Antes de ver la revolución del joven holandés, profundicemos en el problema.

En 1988 fue reconocida por primera vez la Gran Isla de Basura del Pacífico Norte. Hoy en día hay un total de 5 islas. Una en el Océano Índico, dos en el Atlántico y otros dos en el Pacífico. Son formadas por la rotación de las corrientes de los océanos, que atrae los desechos provenientes de la tierra y de los barcos.

En los últimos años ha habido un incremento exponencial de plásticos en los océanos. La primera causa es que el plástico está en todas partes, abaratando el coste de los productos que compramos. Pero principalmente, lo que ha potenciado este incremento ha sido el progreso de países que antes vivían en pobreza. La subida de los sueldos y el incremento en el consumo, unido a la subdesarrollada infraestructura de recolección de basura han saturado los ríos que son como venas infectadas por plásticos que acaban en las playas y las islas de basura. (https://oceanconservancy.org/wp-content/uploads/2017/04/full-report-stemming-the.pdf)

Las manchas o islas de basura se extiende en el agua desde la superficie hasta el suelo marino. Hay de todo, grandes redes de pesca, ruedas de coche, juguetes, gomas, telas, cristal, papel, aunque lo que predomina son los plásticos. La mayoría de esta basura se descompone pasados los años, los plásticos no. Se subdividen cada vez más hasta crear microplásticos inferiores a 5 mm de tamaño. Se estima que cada minuto un camión de basura lleno de plásticos es desechado al océano. 1440 en un día, 8 billones de camiones de basura al año. (https://marinedebris.noaa.gov/)

Los microplásticos destruyen la fauna marina, pero no es tan sólo un problema que afecta al medio ambiente. En un artículo del Washington Post publicado en Octubre del 2019, titulado “You´re literally eating microplastics”, se calcula que las personas en EE.UU. consumen de media 74 mil partículas de micro plásticos al año. Otro estudio de World Wildlife Fund estima que ingerimos 5 gramos de plástico a la semana, el equivalente a una tarjeta de crédito. Los ingerimos en la comida, la sal marina, el agua del grifo o la embotellada, la cerveza e incluso en la miel. Los estudios acerca del efecto de los micro plásticos en el cuerpo humano no son conclusivos. Es un nuevo espacio de investigación que ha surgido en los últimos años. Pete Myers, científico fundador de Environmental Health Science y profesor de química de la Universidad de Carnegie Mellon en EE.UU. dice que algunos plásticos están compuestos por productos químicos que han sido estudiados y que afectan al cuerpo humano. Lo que no se sabe es de qué manera afectan tantas micro dosis de plástico. En un artículo publicado por Environmental Science & Technology se confirmó que nuestro cuerpo se deshace de la mayoría de los micro plásticos, aunque se ha comprobado que en animales, los plásticos traspasan las barreras del cuerpo invadiendo la sangre y el sistema linfático, siendo acumulados en algunos órganos. (https://pubs.acs.org/doi/10.1021/acs.est.7b00423)

Para limpiar los océanos es necesario la ayuda global. Marine Debris Program, presenta tres ideas de como podemos cada uno de nosotros aportar nuestro granito de arena. Participa en limpiezas comunitarias de playas, intenta utilizar el mínimo número de plásticos, recicla materiales vendiéndolos o comprando objetos de segunda mano. A esto añadiría ayudar a estas empresas con fondos o con voluntariado.

La mejor solución, en estos momentos, es prevenir que se acumule más plástico. Es como si la bañera estuviera desbordándose, lo primero que haríamos sería cerrar el grifo.

Volvamos al joven genio Boyan Slat, quien ha atraído la atención de gobiernos, organizaciones, empresas y el público hacía un problema que nos afecta a todos. Consiguió poco más de 2 millones de dólares a través del crowdfunding para comenzar a desarrollar su idea. En el 2014 realizó un estudio del potencial del proyecto y fue criticado por presentar algo que se consideraba técnicamente imposible. En principio sus oponentes parecían tener razón. Algunos de los sistemas que creo fueron destruidos por tormentas, otros simplemente comenzaron a rotar con la basura, sin recogerla. 5 años más tarde llegó la primera victoria. Uno de sus sistemas funcionó recogiendo 4 contenedores llenos de plásticos en la Gran Mancha del Pacífico Norte. El siguiente paso es ampliar el sistema y con los fondos necesarios, en 5 años limpiar la mitad de la mancha. (https://theoceancleanup.com/oceans/)

Su otro proyecto surgió como solución alternativa ante los fracasos iniciales en la limpieza del océano. Realizaron estudios en los que estimaron que 1000 ríos de los 30.000 ríos que emiten desechos, generan el 80% de los desperdicios. En la página de The Ocean Cleanup hay un mapa muy interesante, en el que cada río está señalado con la cantidad en kg que emite al año. Os aconsejo verlo. Seguro que os sorprende. (https://theoceancleanup.com/sources/)

Trabajando con gobiernos, corporaciones y comunidades científicas aspiran a realizar proyectos de limpieza en estos 1000 ríos para el 2025. Para ello han creado un Interceptor alimentando con paneles solares, capaz de ser utilizado en la mayoría de los ríos del mundo sin afectar a la fauna acuática. Hay dos Interceptores en funcionamiento, uno en Jakarta, Indonesia, y el otro en Klang, Malaysia. Un tercero será instalado en el delta del Mekong en Vietnam y un cuarto en la República Dominicana. Tailandia está en negociaciones y EE.UU también. Este sistema es mucho más barato que tratar de recolectar el plástico en mitad del océano. Aunque ambos proyectos son importantes. (https://www.woi.economist.com/the-pros-and-cons-of-blue-tech-in-tackling-marine-plastic-waste/).  

En su podcast, Joe Rogan (https://www.youtube.com/watch?v=whRVyywTov4) le pregunta: “¿Cuánto tiempo le dedicas a este proyecto? ¿Es lo único que quieres hacer en tu vida?” Él contesta: “Me siento culpable cuando tengo tiempo libre, aunque las mejores ideas surgen cuando descanso. Trabajo de 9 a 9. En el último año no tuve ni un día libre, pero mereció la pena. Hemos avanzado mucho. La gente no se da cuenta de que el mejor recurso que tienen en su vida es el tiempo. Tienes que utilizarlo de manera inteligente. Creo que tenemos mucho más potencial del que la gente realiza en sus vidas. Si tan solo se dieran cuenta lo importante que es el tiempo…  Lo que quiero es solucionar problemas. Me pareció que las islas de basura eran un buen inicio.” Joe se ríe sorprendido y le pregunta: “¿Tú primer proyecto es resolver algo que nadie sabía cómo resolver? ¿Qué vendrá después?”

“Una de las dificultades que tenemos –le dice a Joe–, es que el sistema actual de la sociedad no es bueno a la hora de valorar objetivos a largo plazo que nos benefician en el futuro. Principalmente porque no es fácil ganar dinero con ello.”

Joe le pregunta si ha encontrado resistencia, sobre todo por su juventud. Él contesta: “No, realmente no, aunque desde el principio ha tenido detractores. Los primeros fueron los escépticos que piensan que no se puede hacer, pero la evidencia demuestra que si se puede. Después están los que ven los problemas morales, ya que estamos solucionando las consecuencias, no las causas. A estos les pregunto, ¿preferiríais que devolviéramos todo el plástico al océano? Dicen que no, por supuesto, y a partir de ahí comienzan a entender el valor de lo que hacemos. Otros piensan que los recursos pueden ser utilizados en proyectos más útiles. Una persona me dijo que el problema real es el cambio climático, solucionar el problema del plástico es tan solo una distracción. Bueno, yo pienso que hay muchos problemas que resolver.”

Termina contando como ve el mundo: “El ser humano nunca ha estado mejor a lo largo de la historia. Hemos progresado enormemente, en parte gracias a la evolución de la tecnología, las instituciones, y por nuestra habilidad de colaborar colectivamente en grandes números. Hay un lado negativo también, que se ve claramente en el medio ambiente… ¿Cómo resolvemos lo negativo? Una manera es la forma reactiva, consumir menos, pensar que las corporaciones son malas y la tecnología es mala, por lo que tenemos que deshacernos de ello. En parte lo veo en el movimiento medioambiental moderno, que ve de manera romántica el pasado. Antes vivíamos en armonía con el medio ambiente, deshagámonos de la modernidad, intentemos volver a un modo de vida pura. Yo creo que ver las cosas así es un poco irrealista. La gente quiere sus móviles y coches y al mismo tiempo no creo que sea la mejor manera de enfrentarse a estos problemas. Es como enfrentarse a un tanque con arco y flechas. La tecnología es un instrumento que expande las capacidades del ser humano. ¿Por qué no utilizar esas capacidades para resolver los problemas? Tenemos que aceptar esas fuerzas que nos hacen ser humanos en el presente, que han creado este mundo tan increíble. Para resolver los aspectos negativos de la evolución, por ejemplo, la sobre explotación del pescado, no se va a resolver volviéndonos todos vegetarianos. No es algo que parezca posible. No es lo que quiere la gente. Es más probable que se resuelva a través de la carne sintética. Los problemas de la contaminación generados por el transporte no se van a resolver porque dejemos de viajar en aviones o dejemos de ir a lugares. No es una forma de pensar realista, la gente viaja cada vez más. ¿Por qué no buscar soluciones en las que viajar no sea pernicioso para el medio ambiente? No son soluciones perfectas, pero son las soluciones que tenemos. Hemos de aprender de las cosas que hacemos bien, y aplicarlas para solucionar problemas. La innovación y la colaboración son nuestros aliados. No creo que estar en contra de algo sea una manera productiva de solucionar un problema, no nos mueve hacia adelante. Hay muchas cosas con las que no estoy de acuerdo, puedo protestar acerca de ello, pero prefiero construir un futuro mejor.”

Aqui os dejo algunos enlaces útiles:

https://marinedebris.noaa.gov/discover-issue/trash-talk

https://theoceancleanup.com/

https://thegreatbubblebarrier.com/en/

https://marinedebris.noaa.gov/

https://oceanconservancy.org/

La lucha contra el racismo de Daryl Davis.

Photo: Daryl Davis junto a un miembro del KKK

Daryl Davis (1958), es una persona excepcional en un mundo en donde se categoriza a la gente a tiro de bala, sin darles la oportunidad para exponer sus ideas. Ha conseguido lo imposible, ser un ejemplo capaz de cambiar la mente de altos cargos del Ku Klux Klan. En el salón de su casa, se siente orgulloso de mostrar las togas de los ex miembros convertidos, que algún día pasarán a formar parte de un museo dedicado a esta parte tan oscura de la historia de EE.UU.

La primera vez que le escuche hablar fue en el podcast de Joe Rogan (30/01/20) que comienza con una pregunta directa: “¿Cómo lo has conseguido?” Daryl sonríe. Gran parte de la entrevista sucede entre risas por más que el tema sea difícil de tratar. “De manera directa e indirecta, fueron unos 200 más o menos. Soy músico, toco rock and roll, swing, jazz, blues. A todo el mundo le gusta la música, incluso al KKK. Un día me encuentro en uno de esos bares en los que los hombres negros no somos bien venidos, tocando con una banda de country. Era el único negro en la banda y el único negro en el bar.” Cuando terminó de tocar, un hombre se acercó y de manera afable, le puso el brazo sobre los hombros. Le dijo: “Nunca he escuchado a un negro tocar el piano como Jerry Lee Lewis.” Daryl no se sintió ofendido. Lo que le sorprendió fue que una persona quince años mayor que él no supiera del origen negro del estilo de Jerry Lee Lewis, el Black Blues y el Buggy Boogie. El hombre blanco no creyó lo que Daryl le dijo, pero estaba tan fascinado que le invitó a una bebida. En la mesa, la conversación continuó: “Ésta es la primera vez en mi vida que me siento a hablar con un negro.” A Daryl le pareció extraño, por lo que le cuestionó hasta que finalmente admitió: “Soy miembro del Ku Klux Klan.” Sin saberlo, llevaba toda la vida preparándose para ese momento. A los 10 años sufrió un incidente que le marcó. En un desfile de los Boy Scouts, un grupo de personas le tiraron botellas, latas y piedras. Pensó que a ese grupo no le gustaban los Scouts, hasta que se dio cuenta que él era la única diana. Sus compañeros le protegieron, cubriéndolo. Volvió a su casa y le contó lo sucedido a sus padres. Por primera vez escucho la palabra racismo. En su mente comenzó a fraguarse la pregunta que le guiaría el resto de su vida: “¿Cómo pueden odiarme si ni siquiera me conocen?” Para entender como piensan los racistas leyó libros de supremacía blanca, supremacía negra, el KKK, los nazis y los neo nazis. Lo que no se esperaba es que años más tarde, un miembro del KKK le invitara a una bebida. El hombre blanco le dio su número de teléfono y le dijo: “Llámame cada vez que vengas a este bar. Quiero invitar a mis amigos a que vean a un negro tocar como Jerry Lee Lewis.” Sus amigos eran miembros del KKK, sin togas claro, vestidos como cualquier otra persona. Algunos le escucharon hablar interesados en lo que Daryl decía, otros se iban de la mesa en cuanto se acercaba. Poco a poco comenzó a tomar forma la idea de escribir un libro. En 1998 lo publicó con el nombre de Klan-Destine Relationships: Black Man’s Odyssey in the Ku Klux Kan. El primer libro acera del KKK escrito por un autor negro.

La primera entrevista que quería para su libro era la de Roger Kelly, el líder estatal del KKK en Maryland en donde se encuentra Baltimore. Daryl le citó en la sala de reuniones de un hotel, sin que éste supiera que su entrevistador era un hombre negro. Roger Kelly asistió con su guardaespaldas armado. Al ver quien le esperaba, se tropezó. Daryl se levantó y les ofreció su mano que ellos aceptaron. Entre miradas de tensión, se sentaron uno enfrente del otro, teniendo una pequeña mesa entre ellos. Tardaron diez minutos en que la conversación derivara en los típicos prejuicios de racismo. “Los negros son inferiores. Tienen una tendencia innata al crimen por eso hay más negros en prisión que blancos. Los negros son vagos, no quieren trabajar, prefieren engañar al sistema de ayudas para vivir gratis… Los últimos estudios demuestran que los negros tienen el cerebro más pequeño que los blancos, es un hecho, por eso vuestro IQ es más bajo.” Daryl hizo lo inaudito, no se sintió ofendido. “¿Por qué he de ofenderme por alguien que no sabe nada acerca de mí? Vio el color de mi piel y me juzgó. ¿Por qué me voy a ofender de alguien que está contándome una mentira? Lo que decía no tenía ningún sentido. ¿Por qué me voy a ofender por alguien que es tan retorcido?” Daryl le contestó: “Sr. Kelly, yo no tengo ningún récord criminal. Nunca he dependido del gobierno para vivir. No sé que tan grande es mi cerebro, pero estoy seguro que es tan grande como el de cualquier otro.” Roger golpeó la mesa diciendo: “La biblia dice que…” El momento que Daryl esperaba. Se agachó para sacar su biblia. Al poner su mano por debajo de la mesa, acercándose a la mochila, el guardaespaldas tensó su mano encima del arma. En ese momento se dio cuenta de que le tenían miedo. Daryl se mantuvo tranquilo. La conversación continuó. A la hora se escuchó un ruido que Daryl no supo como identificar. Se asustó. Su primer impulso fue abalanzarse hacia adelante sobre la mesita. Por su mente comenzaron a desfilar los miedos. Roger Kelly es mi enemigo, un líder del Ku Klux Klan. Quizás tenga un arma debajo de su traje. La voz de su primer amigo del Klan surgió en su mente diciéndole: “Daryl, no te tomes a la ligera al Sr. Kelly, te puede matar.” Se dijo a si mismo, no quiero morir. Según se abalanzó hacia adelante, clavó su mirada en los ojos de Kelly, sin decir una palabra, sujetando la mesita. Surgió un silencio eterno que en realidad fueron fracciones de segundos. La asistente interrumpió, señalando al cubo con las bebidas. El hielo había comenzado a derretirse y las botellas y latas se deslizaron por la gravedad. En ese minuto cualquier cosa podría haber sucedido. El miedo estuvo a punto de dictar los sucesos. Las risas prosiguieron aligeraron el resto de la velada. La increíble mente de Daryl aprendió una lección que aplicaría el resto de su vida. En palabras de Daryl: “La ignorancia genera miedo. Le tenemos miedo a lo que no entendemos. Si no mantenemos el miedo bajo control, el miedo generará odio. Odiamos las cosas que nos dan miedo. Si no mantenemos ese odio bajo control, el odio generará destrucción. Queremos destruir lo que odiamos. ¿Por qué? Porque lo que odiamos nos causa miedo.” El ciclo casi se cumple por completo. La destrucción pudo haber sucedido en un chasquido de dedos. “Si queremos solucionar el problema del racismo, tenemos que dejar de centrarnos en los síntomas –le dijo a Joe Rogan–. No te preocupes por el miedo o por el odio. Eso son tan solo síntomas. Es como poner una tirita en el cáncer. No sirve, tienes que ir a lo profundo para vencer al cáncer, al origen. El origen es la ignorancia. La ignorancia puede ser curada a través de la educación. Si no hay ignorancia, no hay miedo, sin miedo, no hay odio, sin odio no hay destrucción. Tenemos que exponer ideas, conversar y educar.”

Cuando se despidieron, Roger Kelly le dijo que se mantendrían en contacto. Años más tarde cenarían en la casa de Daryl sin guardaespaldas. Kelly le invitó a alguno de sus eventos. Daryl acudía en silencio. Participó en ceremonias en donde se quemaban cruces, a grito de: “White Power,” rodeado de encapuchados. Participó en charlas en las que se trataba el futuro de la raza blanca. “Para el 2040 se pronostica que en EE.UU habrá un 50% de blancos.” Eso es lo que temen, hasta el punto de llamarlo el genocidio blanco. Daryl aprendió como se expande el racismo por las zonas pobres. “Nos quitan el trabajo. Se casan con nuestras mujeres.” A nadie le importaba su opinión en las reuniones. Era tan solo un negro. Algunas charlas eran boicoteadas por personas que se oponen al racismo. En un video de Youtube, llamado “Daryl Davis with the KKK”, Kelly demuestra su aprecio por Daryl, por respetar su libertad de expresión, mientras un grupo de personas blancas chillan y no le dejan hablar.

Joe Rogan le dice en su podcast (14/02/2020) a Melissa Chen hablando acerca de Daryl Davis: “La manera de silenciar ideas no es a través del boicot y la negación, sino a través del discurso, exponiendo ideas… cuando hay debates beneficia a muchísima gente. Cuando lo silencias no beneficia a nadie.” Melissa le contesta: “Por qué cuando hay un debate de ideas, de lo que se tiene miedo es que la gente tienda a la extrema derecha? ¿Por qué no puede ser al revés?… Tienen miedo de que  la gente sea indoctrinada… es una mentalidad paternalista. Piensan, esa gente es menos inteligente que yo, yo sé más. Ellos no pueden ser expuestos a esas ideas. A mí no me pueden engañar, pero ellos pueden ser engañados por la ideología de derechas.”

En el 2016 la vida de Daryl Davis fue plasmada en el documental llamado “Accidental Courtesy: Daryl Davis, Race and Amercica” que puedes ver en Amazon Prime. Su protagonista cuenta una historia en la cual un líder del KKK le pregunta si conoce algún lugar en donde alquilar un autobús para ir una congregación del KKK. Su autobús estaba estropeado tras ser apedreado por los antirracistas. Para su sorpresa, Daryl les ofreció su autobús, el que utiliza en sus tours.

Kim Brooks le pregunta a Daryl en una entrevista para Fusion (15/09/16): “¿No crees que hay un punto en que te pasas de la raya y comienzas a apoyarles?” Él contesta: “No, para nada. No apruebo ni apoyo ninguna agenda de racismo o supremacía, ya sea blanca o negra. Lo que apoyo es su derecho a expresar sus puntos de vista y la libertad de expresión.”

El punto de inflexión para Daryl fue cuando comenzaron a interesarse por su opinión. “Ahora la opinión de un hombre negro cuenta.” Roger Kelly se atrevió a invitarle a su casa tras ser ascendido a líder nacional, liderando el KKK en todo EE.UU. Pasaron 7 años desde que se conocieron hasta que Kelly le dio su toga. En otros casos tan sólo necesitaba unos meses. Kelly no sólo dejó de ser parte del KKK, sino que disolvió el KKK a nivel nacional. Desde entonces el KKK está formado por grupos divididos en distintas zonas de EE.UU. Daryl intenta quitarse importancia en la entrevista que le hizo Russell Howard (3/11/17): “Nunca intenté convertir a nadie. En mi búsqueda, algunos de ellos acabaron convirtiéndose ellos mismos.”

En su charla de TED (8/12/17) explica: “El respeto es la clave. Hay que respetar para escuchar los puntos de vista de cada uno. Por mi respeto y mi voluntad para escucharles, ellos acabaron escuchándome a mi… Soy un músico, no soy un psicólogo, ni sociólogo. Si yo puedo hacerlo, todos vosotros podéis también. Hablad con vuestros adversarios. Aprenderéis algo y ellos aprenderán algo de ti. Cuando dos enemigos hablan, no se están peleando, están hablando. Cuando no hay diálogo es cuando el terreno se vuelve fértil para la violencia. Mantened la conversación.”

Daryl Davis con los activistas de Black Lives Matter

No todo el mundo está de acuerdo con Daryl. En el último tercio del documental de su vida, sucedió un enfrentamiento poco amistoso con activistas del Black Lives Matter de Baltimore, una las ciudades de EE.UU. conocida por la violencia policial. Sentados en un bar, un activista le preguntó acerca de los supremacistas blancos: “¿Por qué tengo que llevarme bien con ellos?” Él le contestó: “Porque todos tenemos que vivir juntos en este país. Sino acabaremos destruyéndonos.” La sangre comenzó a hervir cuando le cuestionaron acerca del museo del KKK que Daryl quiere abrir. El activista levantó la voz y le le dijo: “¿Sabes lo que es el trauma intergeneracional? Yo no quiero que mi hija vaya a un museo a revivir el sufrimiento que hemos vivido a lo largo de la historia. ¿Por qué tendría que ir?” Daryl contestó: “Porque para saber a donde vamos, primero hay que saber de donde venimos.” A Daryl, por primera vez, se le vio perdido ante la ira de los que se sientan al otro lado de la mesa. Quizás pensó que estaba hablando con alguien en el lado opuesto al KKK. El problema es que no se pueda comparar el sufrimiento de los blancos y su ignorancia, con el sufrimiento institucionalizado de las personas negras. Los activistas alimentados por la rabia histórica y las injusticias vividas cada día de sus vidas, fueron incapaces de aceptar que el camino que propone Daryl también es válido para enfrentarse la racismo. Le dijeron que ha perdido años valiosos dedicando su vida a convertir a racistas en lugar de ayudar a su comunidad. “Infiltrar al Klan no es liberar a tu gente. Liberar a blancos con sus privilegios, eso no es un logro. No tienes ni idea de como vive la gente como tú. Podrías estar en las calles ayudando a tu gente, así que deja de perder el tiempo ayudando a la gente que no te quiere en sus casas.” Se despidió de Daryl, sin aceptar su mano. El último activista, uno de los organizadores del grupo, de mayor edad, le dijo: “Si hubieras venido a Baltimore y vieras el trabajo que estos chicos han hecho… hemos protestado juntos, a uno de ellos le han arrestado. La falta de respeto con que les has tratado es despreciable… ¿Dónde estabas cuando las marchas sucedieron en Baltimore? Estabas con tus amigos del Klan faltando al respeto a nuestra gente. Si no puedes respetar a mi gente por el trabajo que hacemos, vete con ellos. Tantas vidas perdidas, me importa una mierda tus togas, no vuelvas a Baltimore con esa mierda, no vuelvas.”

Joe Rogan impresionado por las historias que Daryl le cuenta, le dice en admiración: “Tienes una habilidad increíble para perdonar a personas que otros odiarían por el resto de su vida, gente que otros pensarían que son monstruos horribles, que no merecen ser salvados.”

Daryl contesta: “No es tan así, hay monstruos horribles en todos los lados que irán a la tumba llenos de odio, siendo violentos, racistas y antisemitas. Nunca van a cambiar, pero si al menos consigues que una de esas personas en el extremo se sienten en la mesa a hablar, al menos hay una oportunidad de plantar una semilla. Una semilla que tiene que ser cuidada. A la que hay que dar agua frecuentemente, para que crezca. Cuando ves a las personas en los dos extremos, piensas, no tienen nada en común, pero si pasas 5 minutos con tu peor enemigo, encontrareis algo en común. Si alimentas esas cosas en común, la separación se empequeñece, se forma una relación. Al seguir alimentando esa relación, la separación se empequeñece aún más. Cada vez estáis más cerca. Cuando ya casi no hay separación, habéis encontrado muchas cosas en común. Ahora hay amistad. Cuando llegas a ese punto, las cosas triviales que os diferencian, como el color de la piel, o si vas a una iglesia, una sinagoga o a una mezquita, importan cada vez menos… Pero no es tan simple. En casos como éste, tienes tan solo una oportunidad para dejar una buena impresión, y en esa primera impresión, la mayoría de la gente te juzga. Por eso cuando trato con ellos, lo hago con absoluta transparencia. Se donde estoy yo, pero tengo curiosidad genuina. Quiero saber porque piensan así, quiero aprender de ellos… soy honesto, mi intención no es convencerles, sino escucharles… Hemos perdido la capacidad del discurso cívico, social, tenemos que recuperarla. Si no, la otra opción es destruirnos. Vemos todo lo que la persona hace, cuando no estamos de acuerdo con ella, pero no vemos que es lo que le llevó a pensar así, porque no la escuchamos. Tan solo estamos interesados en el resultado, no en la causa. Ahí es donde perdemos.”

Klan-Destine Relationships: A Black Man’s Odyssey in the Ku Klux Klan by Daryl Davis: https://smile.amazon.co.uk/Klan-Destine-Relationships-Black-Odyssey-2011-12-07/dp/B01FKSGL6I/ref=sr_1_1?dchild=1&keywords=Daryl+Davis&qid=1591816417&s=books&sr=1-1

Accidental Courtesy: Daryl Davis, Race & America: https://smile.amazon.co.uk/Accidental-Courtesy-Daryl-Davis-America/dp/B07Z1L8DLM/ref=sr_1_1?dchild=1&keywords=Daryl+Davis&qid=1591816528&sr=8-1

Joe Rogan Experience #1419 – Daryl Davis: https://www.youtube.com/watch?v=oGTQ0Wj6yIg&t=133s

Daryl Davis with the KKK: https://www.youtube.com/watch?v=1n1SKcq7J4s

Joe Rogan Experience #1427 – Melissa Chen: https://www.youtube.com/watch?v=6SLVjWbER4M&t=1s

This Black Musician Explains Why He is Friends With White Supremacists: https://www.youtube.com/watch?v=pESEJNy_gYQ

Daryl Davis on converting 200 white supremacists to leave the KKK: https://www.youtube.com/watch?v=HLtp13Rw8Kc

Why I, as a black man, attend KKK rallies. | Daryl Davis | TEDxNaperville: https://www.youtube.com/watch?v=ORp3q1Oaezw

African-American man convinces Klansmen to leave the KKK through friendship: https://www.youtube.com/watch?v=PVVFx3issHg

Mar de Barro

Ella.
Las últimas palabras del cuento no llegan a los oídos de Alex. Entre las sabanas, abrazado a su osito, su madre le arropa con la manta. Tan solo el perfil de su rostro sobresale y la mitad de su compañero de peluche. Ella sonríe satisfecha al ver la ternura inocente de su hijo que parece inmune a las dificultades que cada día se presentan. Sale de la habitación del fondo cerrando la puerta, hacia el pasillo. A la derecha queda su habitación y en frente de esta, el baño. Se dirige hacia el fondo, pasando por la puerta de entrada a la derecha y las puertas correderas que dan al salón a la izquierda. Enciende la luz de la cocina que tintinea sin parar, con periodos cortos y largos, aleatorios. Abre la alacena en donde guarda las bebidas, sabiendo que no va a encontrar la botella de vino tinto. Sólo hay una botella de vodka. Se sirve un vaso de agua. Apaga la luz. Mira a la puerta de entrada, preocupada. El pestillo no está puesto. En el perchero falta un abrigo. Enciende la luz de la mesa que se encuentra al lado del sofá. Apaga la penetrante luz del techo. Hábitos antiguos que perduran. La luz de la cocina le molestaba aún más pero se ha dado por vencida. Sabe que ni ella ni él la van a arreglar. Se hunde en el sofá de tres plazas cubierto por dos telas, que huele al polvo acumulado en su interior año tras año.
Enciende la tele que le regaló su madre. Pone el Netflix del novio de su madre. Madmen comienza. Ve tres capítulos. Mira la hora. La una. Tiene que despertarse a las siete y media para preparar a Alex y llevarlo al colegio. Vuelve la cabeza hacia la puerta de entrada como si un milagro fuera a suceder. Son los vecinos. Un capítulo más. Despierta en los títulos de crédito, dos capítulos después. Se levanta dormida tocándose la frente. Llega hasta la puerta de entrada. Suspira. Va al servicio tropezando con una tesela de madera despegada del parqué. Se le cierran los ojos mientras orina. Se pone de pie, en frente del lavabo, él único lugar en que puede estar de pie en el minúsculo espacio. Se mira en el espejo. Sus cabellos negros muestran algunas raíces grises. Sus ojos negros están hundidos por las bolsas que le caen. Intenta estirarse el rostro, como si estuviera haciéndose un lifting. Se ríe. Sabe que ya no es joven y que no podría estar peor que con la cara de dormida que tiene y el camisón amarillo desgastado. En la cama, sus ojos miran al pasillo con la luz encendida, hasta que se cierran.

Una llave intenta abrir la puerta. Choca y araña la cerradura. La manilla isube y baja. Marta despierta. Camina dando tumbos hacia la entrada. Abre la puerta. Su marido le cae encima. En el suelo, él le dice en ruso:
—Marta, moya lyubov’ —le acaricia el rostro.
—Levántate Yulian, venga.
Ella le lleva hasta el sofá y le trae un vaso de agua. Le dice:
—Bebe, bebe, que lo necesitas.
Le vienen arcadas. Marta sale disparada hacia la cocina. Coge el balde rojo y lo pone entre las piernas de él. Vuelve a la cocina. Abre la nevera. Saca unos hielos y los envuelve en un repasador.
—Déjame que te ponga esto en la nuca, te hará bien.
—Tur, tur, todo gira.
—¿Quieres ver la tele, a ver si se te pasa?
—Da, da, Rossiya, Rossiya, mi Rusia.
Ella saca el DVD de la caja que está encima del reproductor y lo pone antes de irse a la cama.

Por la mañana, Marta envuelve en papel plata el sándwich de su hijo.
—¿De qué es mamá?
—De pate.
—¿Otra vez? ¿Cuándo me va a tocar el de mortadela y queso?
—Esta tarde compraré queso y así mañana lo tendrás. ¿Te parece bien?
—Sí, pero que sea de verdad, siempre dices lo mismo.
—Bueno Alex, tienes que entender que mamá a veces no tiene tiempo de ir a la compra. Pero mañana lo comerás seguro. Venga átate las zapatillas, que vamos a llegar tarde.
Alex se ata las zapatillas y se dispone a abrir las puertas correderas del salón.
—No Alex, tu padre está descansando.
—¿Ya volvió papá? Que bien, quiero darle un beso.
—Sí, ya volvió, pero le duele el estómago. No hagas ruido que se va a despertar.
—Quiero darle un beso, quiero darle un beso. Así se pondrá mejor.
—Papá ya se pondrá bien. Va a ir a ver el doctor. No te preocupes. Venga, vamos que llegamos tarde.
—No. Quiero darle un beso, lo necesita.
—Alex, hazme caso. Nos tenemos que ir.
—No, quiero darle un beso de sana, sana.
—Hagamos un trato. Después del médico le digo a papá que te vaya a buscar al cole. ¿Te parece bien?
—Sí, sí, guay —se dispone a salir. Vuelve la cabeza hacia las puertas correderas—. ¿Pero vendrá de verdad? Siempre dice que va a venir a buscarme y solo vienes tú. Quiero que venga mi papá.
—Sí, no te preocupes, irá seguro.

Marta vuelve al apartamento. Abre las puertas correderas del salón. Ve a su marido tirado en el suelo, al lado de un vomito que mancha la réplica del cuadro de Alexei Savrasov, Rasputitsa, atravesado por su brazo. Limpia el suelo. Pone en posición fetal a su marido. Recoge el cuadro del paisaje nevado y lo tira a la basura.

Yulian despierta al medio día. Va a la cocina. Marta está poniendo la ropa a lavar. Ella le dice:
—Justo a tiempo. Dame esas ropas de borracho, que apestan.
Yulian se quita la ropa y se la da, quedando desnudo. Ella le mira de reojo mientras él abre la alacena.
—Ah no Yulian Popov, más vodka no —le quita la botella.
—Dame el vodka mujer, lo necesito, me duele la cabeza.
—Agua Yulian. Si quieres te hago un tilo, nada de alcohol.
—Vodka, he dicho.
—¿Por qué no puedes ser un hombre normal que se toma una aspirina para el dolor de cabeza? Vodka, vodka, vodka, parece que es lo único que sabes decir.
—Dámela. Sabes que es lo mejor. Tan solo un vaso, una ducha y ya estaré como nuevo.
—No Yulian. Llegas día sí día no borracho. Vuelves a las mismas de antes Yulian Popov. ¿De dónde sacas el dinero? Porque aquí no llega ni un céntimo. Llevas dos meses sin aportar nada.
—Mis amigos, zhenshchina. Me invitan.
—¿Tus amigos? —Deja la botella en la repisa para gesticular con ambos brazos, enfurecida— ¿Qué clase de amigos son, que te quieren emborrachar cada vez que te ven? Si fueran amigos de verdad te darían dinero para alimentar a tu familia, o un trabajo, eso sí que te hace falta, un trabajo.
—Zhenshchina, no grites, me duele la cabeza. Trabaja tú si tanto quieres, yo estoy cansado —coge la botella de la repisa.
—¿Yo? Esto es el colmo. Dejé mi trabajo porque me dijiste que no hacía falta. Me dijiste que Alex me necesitaba, y ahora, ¿y ahora quién va a cuidar de Alex y de la casa? Porque apenas se te ve el pelo. Tu hijo te echa de menos.
—Ya, ya déjame tranquilo mujer que no me encuentro bien.
Se dispone a servirse, pero ella le quita el vaso.
—Dámelo Marta. Dámelo ahora, respeta a tu marido.
—No Yulian, ya basta de refugiarte en el alcohol.
—Son malos tiempos mujer, que quieres que haga.
—¿Malos tiempos? Eres un desgraciado Yulian Popov. Búscate un trabajo que te paguen nomina, algo, lo que sea, así podrás cobrar el paro y jubilarte. No sé a donde vamos contigo. Eres un inútil.
—Lo he intentado zhenshchina. No me hables así, respeta a tu marido.
Ella le quita la botella de las manos. Él agarra a su mujer de los brazos enfurecido, con los ojos ensangrentados. Le quita la botella y la empuja contra la pared. Ella cae al suelo. Él la observa unos segundos sin entender del todo lo que ha pasado. Ella está herida, agarrándose los brazos, llorando en una esquina. Él se sirve un vaso lleno. Lo bebe de un trago. Se viste y se va de la casa.

El domingo van a comer al medio día a la casa del novio de la madre. En la mesa, la madre le pregunta:
—¿Qué tal está Yulian?
—Bien, hoy está ocupado haciendo sus chapuzas.
—Sí, seguro —dice el novio de la madre.
—Sí, así es, aunque no lo creas —contesta enfadada.
—¿Chapuzas? —Pregunta el novio—. Sí que…
—Adolfo —interrumpe la madre— el niño está presente. Alex, ¿qué tal el cole?

Marta ayuda a recoger los platos a su madre. En la cocina le pregunta:
—Mamá, ¿tienes algo de dinero que prestarme?
—Sí hija, claro. ¿Cuánto necesitas?
—Lo que puedas, este mes no llegamos.
—Espera un momento, voy a ver cuánto tengo.
La madre abre un tarro de galletas. Saca sesenta euros en billetes de veinte y se los da.
—Si necesitas algo más, dímelo y la semana que viene lo tendré.
—Gracias mamá, con esto valdrá de momento. Ya te lo devolveré.
—Lo sé. Tranquila hija, no te preocupes.

El Lunes por la tarde, mientras Alex juega al futbol, Marta se reúne con sus mejores amigas en la cafetería Gaveta.
—Al fin nos vemos Martita —dice Alicia—. Ya ni te vemos el pelo.
—Tengo mucho que hacer últimamente.
—¿Has vuelto a trabajar? —Pregunta Consuelo.
—No, pero las cosas no van bien en casa.
—Uhiii, no me digas. ¿Ha vuelto a la bebida?
—No, no es eso.
—Yo no sabría que hacer con un hombre así. Un día te ama, al siguiente no aparece. ¿Por qué no te buscas a uno mejor? Aun eres joven, tienes el culo firme y las tetas a buena altura —las amigas se ríen, ella sonríe.
—No digas tonterías —dice Alicia.
—Es el padre de mi hijo y le quiero. Solo es una mala racha, ya pasará.
—¿Le tiene alergia al trabajo fijo o que le pasa? —Pregunta Consuelo—. Estar ocupado le vendría bien. Ganar unos dinerillos y vivir. Unas vacaciones y bueno, pero el trabajo es lo primero.
—La semana pasado fue a una entrevista, pero…
—¿Cómo sabes que fue? A lo mejor es todo mentira.
—No digas esas cosas Consuelo —dice Alicia—. Desde luego, que mal pensada eres.
—Los rusos no son de fiar —contesta Consuelo.
—No sé qué hacer. Ya no puedo pedirle más dinero a mi madre.
—Mi vecina está buscando a alguien para que le limpie la casa —dice Alicia—. Si estás interesada le doy tu número.
Llega la camarera. Toma la orden. Marta continúa:
—No se Alicia, no sé, a lo mejor. Algo tengo que hacer.
—Mira que dejar el trabajo —dice Consuelo—. Una mujer no puede perder su independencia. ¿Qué vas a hacer cuando seas vieja y te cambien por una nueva, más joven?
—Consuelo —dice Alicia con voz autoritativa.
—Sí, fue un error, no tendría que haberlo dejado, me confié. Todo parecía ir tan bien. Pero ahora, ya no puedo más. Alex lleva un mes comiendo pate. Y cenamos todos los días arroz o pasta con salchichas. Con eso que han dicho en la tele de la carne procesada, no tiene que ser sano para mi hijo.
—Ay hija, ¿tan mal está la cosa? —Pregunta Alicia— ¿Quieres que te preste algo de dinero?
Marta se pone a llorar. Alicia le da un clínex.
—Gracias —dice Marta.
Alicia deja su mano reposando en la de su amiga, dándole fuerzas. La miran con pena.
—Perdonadme. Que papelón. No quería que esto fuera así. Sólo quería un momento de tranquilidad con mis amigas, pero…
—No te preocupes. Para eso estamos las amigas, para apoyarnos —Dice Alicia.
—Vete a vivir con tú madre —dice Consuelo— y pide alguna ayuda del estado. Seguro que hay algo de dinerillo para madres solteras con maridos alcohólicos perdidos.
—Consuelo —dice Alicia—, mira que eres mala. Deja de echar leña al fuego, ¿no ves cómo está?
—No sé, quizás tengas razón Consuelo, pero ¿criar a mi hijo sin su padre? No, eso sí que no. No le puedo hacer eso a mí adorado del alma. Yulian ya encontrará algo. Es tan solo una mala racha, ya veréis. ¿Vosotras os acordáis de él, cuando era todo un galán? Se comía el mundo.
—Hasta que se cruzó el vodka Marta —dice Consuelo—. ¿Cuándo te vas a dar cuenta? Ese hombre no es bueno para ti ni para tu hijo.
—Déjala en paz Consuelo —dice Alicia clavando sus ojos en Consuelo—. Es el padre de su hijo —vuelve la mirada de pena hacia Marta—. Tienes razón. No pierdas la fe. Reza Martita. Dios te ayudará, ya verás.
La camarera trae los cafés. Las amigas intentan animar a Marta con historias graciosas de las cosas que les han pasado. Tocando lo malo con humor y omitiendo los mejores momentos.

A la mañana siguiente, Marta vuelve del colegio de su hijo. De camino se encuentra a su marido durmiendo en un banco.
—Despierta Yulian. Despierta que te van a ver los vecinos.
Él abre los ojos y dice:
—Moya lyubov’.
Le ayuda a levantarse. Caminan hacia el apartamento. Ella le carga como si fuera un herido de combate asistido por una enfermera. Él delira pronunciando palabras en ruso y en castellano, como si estuviera hablando con un ser invisible, refiriéndose de vez en cuando a su amada, moya lyubov’.

En el apartamento, ella le mete en la ducha de agua fría. Él grita y le dice que ya puede él solo. Sale de la ducha desnudo. Camina por el corredor mojando el suelo, hasta llegar a la alacena.
—Marta, ¿dónde está el vodka?
—Ya no queda. Te lo has bebido todo.
—Zhenshchina, mujer, no mientas. Lo compré ayer o antes de ayer, no me acuerdo, pero aún quedaba.
—Comida Yulian, comida es lo que hace falta en la casa, no vodka.
—Marta, el vodka, ¿dónde está?
—Lo he tirado Yulian, ya no…
—¿Lo has tirado? ¿Quién te crees tú para tirar mi vodka? Soy tu marido, lo compre con mi dinero. ¿Y ahora qué voy a hacer? Tienes que reponerlo, tienes que reponerlo zhenshchina. Dame diez euros o lo que tengas.
—Esto es el colmo, el colmo —dice gritando—. Eres un desgraciado. ¿Cómo te atreves a venir a pedirme dinero? No vales para nada. Tendría que haberte dejado hace tiempo. Ruso inútil, tanto cuerpo, y ¿para qué?, ¿para qué? No vales para nada.
—Zhenshchina calla, calla mujer que me estás sacando de quicio. Ya no puedo más de vivir aquí contigo, diciéndome que es lo que tengo que hacer con mi vida, presionándome todo el tiempo. Si vivo en este país de mierda es por ti y por mi hijo. Si pudiera me iría a Moskva y te dejaría aquí sola. Como te dejó tu padre. ¿Es eso lo que quieres?
Ella se sienta en el sofá y le dice entre lágrimas:
—Eres un hombre Yulian. Apechuga con tus responsabilidades y deja de soñar con tu país. Tienes responsabilidades, tienes un hijo, y yo soy tu mujer y te tengo que mantener, es el colmo. Soy yo quien ha pagado estos últimos meses las cuentas de la casa, la comida, todo, mientras tú te emborrachas.
Él se dirige a la entrada en donde el bolso de Marta cuelga del perchero. Marta se levanta del sofá, histérica. Los dos tiran del bolso entre gritos hasta que él le da un bofetón. Ella cae al suelo llorando. Él la mira confundido con el bolso en la mano. Le dice:
—¿Ves lo que pasa cuando te pones pesada?
Ella contesta entre lágrimas:
—Toma el dinero y vete, vete de aquí borracho inútil.

Esa misma tarde, Alex sale del colegio y se encuentra con una sorpresa, su padre. Marta sonríe al verle. Alex corre a los brazos de su papá.
—Hoy vamos a ir al parque a jugar —saca un regalo de la bolsa—. Toma, te he comprado una pelota.
—Gracias papá, te quiero, te quiero.
—Yo también te quiero hijo.

En el parque, ella se sienta en un banco. Ve jugar a padre e hijo con una sonrisa.

Él.
Unos días antes, en el salón, Yulian le muestra a su hijo fotos antiguas. Los dos parecen la misma persona viajando en el tiempo. Ambos con la frente ancha, pelo castaño, ojos marrones hundidos, nariz fuerte, rostro rectangular y orejas pequeñas. Lo único que tiene de la madre es la boca de labios regordetes.
—¿Y esta foto con mamá, en dónde es? —Pregunta Alex.
—En el Teatro Real, moya malen’key. ¿Te acuerdas que fuimos el año pasado?
—Sí, sí, ya me acuerdo.
—Allí es donde conocí a tu madre. En una obra de Chéjov.
—¿Quién es Yejov? —El padre sonríe.
—Chejov. Un gran escritor ruso. Cuando seas mayor te prestaré sus libros.
—Mamá era muy guapa —el padre ríe.
—Sí, sí que lo era, aunque algo le queda.
—¿Ella era tan buena bailarina como tú?
—No, yo era el mejor bailarín por aquellos tiempos. Gané varios premios. Me conocían en todo el mundo. Los buenos tiempos, moya malen’key.
—Yo quiero ser un bailarín como tú y viajar y conocer el mundo.
—Es mejor estudiar moya malen’key.
—No quiero estudiar, el colegio es aburridísimo. Odio despertarme temprano y las matemáticas y los deberes, es muy aburrido y difícil.
—Ser bailarín profesional es aún más difícil que ir al colegio. Requiere de mucha disciplina.
—¿Qué es disciplina?
—¿Disciplina, malen’key? Como te lo explico…, ya sé, disciplina es hacer lo que es bueno aun cuando no tienes ganas o aun estando cansado. Como cuando vas al cole cada mañana, lo haces porque es bueno aunque no quieras.
—Si pudiera no iría, pero mamá me obliga —el padre sonríe.
—Ya veo, entonces es como cuando vas a jugar al futbol, pero no tienes ganas, pero sabes que tienes que ir porque es bueno —el hijo pone cara de duda, dispuesto a argumentarle lo contrarío a su padre—, o algo así, ya lo entenderás con el tiempo. Entrenar requiere de mucha disciplina y si quieres ser bueno en algo, tienes que entrenar cada día. Pero eso es lo bueno también moya malen’key. Estar concentrado, mejorando cada día, viviendo con intensidad, con un propósito definido, apreciado por todo el mundo, pero dura poco, demasiado poco y es muy competitivo. Es mejor estudiar moya malen’key.
—Me da igual que dure poco, el colegio es aburrido. Yo quiero ser un bailarín como tú, entrenar y tener disciplina. Ir al Teatro Real de Madrid, al Teatro Real de Moscú y de Francia. Ser el más alto y grande de los bailarines, como tú.
El padre ríe y le pregunta:
—¿Te acuerdas cómo me llamaban?
—Sí, sí, el Gran Loskov.
—No, casi. El Gran Vostok, en honor a la nave espacial en la que viajo el primer hombre por el espacio. ¿Te acuerdas cómo se llamaba?
—¿Gagarin?
—Sí, muy bien Yuri Gagarin. Me decían que era tan alto que alcanzaba a las estrellas en donde Yuri Gagarin me esperaba con su nave espacial. Aquellos sí que fueron buenos tiempos. Pero volverán Alex. La semana que viene voy a unas pruebas. El Gran Vostok volverá a su gloria.
—Sí y ¿me llevarás de viaje contigo? No quiero que te vallas, hace mucho que no jugamos.
—No te preocupes mi gran Alex, pronto estarás orgulloso de tu padre. Volveré a ser portada de las revistas culturales. El Gran Vostok resurge de las cenizas.

En el salón, Marta le arregla el cuello de la camisa a su marido.
—Seguro que lo conseguirás Yulian —dice ella—. Has estado entrenando cada día, hasta te brilla el cutis. Vuelves a ser El Gran Vostok. Aunque para mí siempre lo has seguido siendo moy lyubov’ —se pone de puntillas y le da un beso en los labios.
—Esta vez tiene que ser. Ya me veo como el profesor Woland —dice mirando al cuadro nevado de Alexei Savrasov.

Después de la audición, Yulian acude cabizbajo al bar ruso de siempre, el Kvass. En lo único que se diferencia del típico bar madrileño es en la selección de vodkas, las tapas y las fotos de Rusia que cuelgan en las paredes. Por lo demás, todo es igual; la televisión entreteniendo a los clientes, las servilletas de papel acumuladas entre los taburetes, a lo largo de la barra, la máquina de tabaco y los baños sucios y dejados.
—El Gran Vostok llegó —grita uno de sus amigos—. ¿Qué tal fue?
—Net, net. Nichego khoroshego, Yegor. No creo que me lo den. El director era un maricón remilgado.
—Vamos Yulian, si tienes más amigos gais que canas. No digas tonterías.
—Sí Yegor, lo sé, o los tenía, pero este era uno de esos raros con una vara en el ojete. Creo que no le caí bien. Además la obra es una farsa. ¿Cómo van a representar Al Maestro y Margarita sin nuestra gente? Sólo había españoles imaginándose tan buenos y guapos como nosotros.
Iosif, el dueño del bar, amigo de Yulian se acerca y dice:
—Nada que no se solucione con vodka.
Pone tres chupitos dobles. Los tres hombres levantan los brazos con el vodka diciendo:
—Tvajó zdaróvye.

Unos días más tarde en el Kvass.
—Yulian, sabía que tú estás aquí—dice un hombre fornido, de cabello rubio rapado y rostro de facciones comprimidas.
—Polaco, se te ve bien, pareces hasta ruso, aunque no tanto —se ríen.
—¿Un vodka?
—¿Qué clase de pregunta es esa? Que sea doble —el polaco ríe.
—Iosif, dos dobles, de Debowa, no quiero la imitación rusa.
—No has cambiado, sigues provocando al viejo Iosif.
—Ah, si él sabe. El vodka polaco es el mejor.
—Aquí tienes, mudak —dice Iosef. El polaco le guiña el ojo.
Los amigos levantan sus dobles y dice en polaco:
—Twoje zdrowie.
—¿Aun en Madrid? —Pregunta Yulian— ¿Tú no escapar?
—Net, net. Ya sabes, la familia. Me atrapó una española.
—Bien atrapado para tú quedar con los españoles.
—Tengo un hijo Emil, que quieres que haga.
—Llévatelos a la tierra madre, a tu Rusia amada.
—Marta no quiere criar a Alex lejos de su familia. Además, le tiene miedo a Putin. Dice que dentro de poco será la tercera guerra mundial, que mejor estamos en España que no pinta nada. ¿Y tú? Tendrías que volver a Madrid, en nada os invadimos —se ríen.
—Nie, Nie. Allí muy bien. Bueno, sabes. Ser inmigrante chujowy, mierda, mierda.
—Sí, lo se polaco, pero es lo que hay. ¿Qué tal tu vida? ¿Qué tal por Polonia?
—Más feliz que siempre. Yo mejor allí que en la España. Mucho cambió todo. Conseguí trabajo en el teatro.
—¿Danza?
—No, escenarios, creando. Tú sabes, la danza, no ser bueno para mí.
—¿Qué dices Emil? Si eras bueno entrenando la mitad que los españoles. Lo malo eran las fiestas que te pegabas entre obra y obra.
—Nuestras fiestas viejo amigo. Pero, nie, nie Yulian, no más baile, mucho estrés. La gente le gusta, no le gusta, sonreír siempre, sonreír compañeros, director estúpido. No ser para mí, nie, nie. Soy viejo, quiero la madre de mis hijos.
—¿Tú polaco? No me hagas reír.
—Sí, sí. Ahora en Polonia, con dinero. ¿Qué más para hacer en la vida? España darme mucho, pero la vida termina.
—Muchas mujeres.
—Mucho alcohol. España ser muy buena, muy buena danza, muy buenas miujeres y fiesta, pero eso terminó. ¿Y tú cómo estás? ¿Volver a la danza?
—Net Emil. Estos españoles no saben nada de danza y, bueno, estoy un poco viejo.
—Viejo y borracho —dice entre risas.
—Y sí, borracho, es lo único que me queda. Echo de menos la intensidad de aquellos tiempos.
—Dar clases Yulian, dar clases o dirigir. Tu conocer todas las obras de teatro y danza. De Grecia a Rusia, Francia, Alemania y Inglaterra —Yulian sonríe—. Haz algo. Este país de sol y calor terrible es para hacer algo. ¿Aun… aun… aun echas un menos la nieve? Ah, no sé ni hablar aquí ya. Puto español —se ríe.
—Siempre. El calor de Madrid es inaguantable. Pero, es difícil polaco. Ahora más que nunca, cada día nos quieren menos. Te fuiste en un buen momento.
—Siempre ser un extraño en la España. Siempre ellos verte con miedo, así es, tú lo sabes.
—Sí, pero que se le va a hacer, tengo a mi familia.
—Tú el hijo español, Yulian, el hijo español. ¿Acuerdas cuando nosotros reímos de tener el hijo español? —Yulian contesta con una media sonrisa—. Llévalo a la Rusia. Tú no querer el hijo español que casarse con la española, tendrá los hijos y ya nunca volver a tú amada la Rusia. Llévatelo. Tú volver a la Rusia, la tierra madre.
—Volver sin dinero, sin nada, solo con un hijo, no se Yulian. No están tan mal los españoles, lleva tiempo adaptarse, pero ahora estoy tranquilo, son buena gente.
—Tú ahora español. Hablas como el español. Con el acento.
—Y sí, aprendí para ver si conseguía algo de actor.
—¿Y qué pasar?
—Nada, hay que conocer gente, tener contactos.
—Amigos, como siempre. Sin amigos españoles nada. ¿Alguno tienes?
—Un par.
—Mucha suerte. En mis años de España nunca tener el buen, buen amigo español, nunca. Amigos de fiesta, juerga, amigos de dinero, pero nunca el buen, buen amigo español. Rusos, Eslavos, incluso el griego, sí. No el español, nunca.
—Bueno, siempre echaste de menos Polonia. Comparando una cosa con la otra. Así no se consigue nada. Pero dime ¿qué haces aquí? ¿Qué has venido a hacer?
—Negocios Yulian, negocios. Unos buenos.
—Si vas de empresario pagas tú el vodka —ambos ríen.
—Sí claro, claro Yulian. ¿Quieres el trabajo?
—¿Con quién polaco? Mira que no me gusta la gente con la que tratabas.
—Si no necesitar el dinero, tú pagas la vodka —se vuelven a reír.
—Una ayuda no vendría mal, apenas me da para mantener a mi familia —Mira a la barra, levanta el brazo—. Iosif, dos dobles.

El documental de viajes de Rusia termina. Con la última nota Yulian abre los ojos. Se pregunta si estuvo en el suelo entre los brazos de su mujer. Recuerda acariciarla, el hielo en el cuello. Se sienta y observa el cuadro de Alexei Savrasov. Se levanta tambaleándose. Lo toma con sus manos, elevándolo hacia el techo. Llora añorando la tierra madre.
—Moya Rossiya, moya Rossiya.
Se marea. Tropieza con el cubo lleno de vómitos. Cae al suelo atravesando el cuadro de Alexei Savrasov con su brazo derecho. Vomita encima de la pintura rota y pierde la conciencia.

Al día siguiente de jugar con su hijo en el parque, Yulian se reúne con Emil. Entran en un bar de luz tenue, con la televisión a todo volumen retrasmitiendo un partido de futbol. Los borrachos locales están reunidos, en su mayoría polacos o de Europa del este. Baja por las escaleras que llevan al servicio. Entran al almacén. Al lado de la puerta del fondo hay un par de hombres sentados en una mesa. Ven al polaco y le preguntan:
—¿Quién es este?
—Tranquilo, es el ruso tan malo como tú. Olek quiere que él, quiere verle.
Se levanta. Golpea la puerta tres veces. Habré la puerta y chilla:
—Otwarte. Emil y uno.

Caminan por un pasillo corto, hasta llegar a otra puerta. Emil golpea tres veces. Olek les dice que pasen. Entran en una especie de oficina. En la pared del fondo, entre medias de dos estanterías con archivos, estatuas y medallas, hay una bandera de Polonia con la oz y el martillo en dorado. A la derecha hay una puerta cerrada. En la esquina hay una mesa en donde dos hombres rocosos con abrigos de cuero negro juegan a las cartas. Les miran serios, aunque parecen miradas de desprecio. En frente, delante de la bandera hay un hombre tan flaco y alto, que la espalda se le encorva hacia adelante. Parece como si le colgaran los brazos que caen sobre el despacho de madera oscura. El hombre de pelo canoso, ojos azules y arrugas marcadas, sentado en un sillón de color crema, le dice:
—Yulian Popov, el Velikiy Vostok. Privetstvennyy brat.
—Spasibo Alexandru.
—Aleksander, pronunciado por un ruso culto. Que bien suena. Pero aquí me piuedes llamar Olek. Al fin tiú atrieves a venir a verme. Sabía que este día llegaría. ¿Tie gustan las apuestas?
—No.
—Haces bien. Yo solo me giustan cuando mis clientes apuestan. Déjame vierte, acércate —Yulian se acerca al despacho—. Más cerca, ven, ryadom so mnoy—. Yulian queda enfrente de Olek, la cintura a la altura de su rostro. Le mira las piernas y las toca con sus dedos largos de articulaciones tan anchas que parecen tuercas. Le mira el paquete. Le agarra de las manos, grandes y fuertes. Se levanta, y le estruja los brazos. Le toca los hombros—. Eres un hombre imponente Yulian. Tiú puedes servir. Sientaros.
Ambos se sientan en los dos sillones marrones de cuero, en frente de la mesa. Olek continúa:
—Hay gente que jiuega y jiuega más dinero del que tiene, pero eso no importa. El dinero se consiguie con algo de esfuerzo y el esfuerzo requiere motivación. Tiú serás un buen apoyo para uno de mis chicos. ¿Estás interesado?
—¿Qué quieres que haga?
—Nada complicado. Acompaña a Kirill —Yulian mira a su derecha—. Él no estiá aquí ahora, ya te lo presentaré. Pon cara de duro y amenaza, con la mirada. Kirill hará el resto. Pero quizás la cosa vaya mal, pero el polaco dijo que sabes pilear. ¿Sí?
—En alguna pelea que otra he estado cuando trabajaba en discotecas, pero preferiría no hacerlo, tengo familia.
—Ese triabajo no es digno para el Velikiy Vostok. Estoy contento que hayas venido. Los rusos sois bienvenidos en mi hogar. Aquí con niosotros vas a estar mejor y los puños no son niecesarios, no siempre. Eso diepende de Kirill y de ti. El desgraciado diebe tres mil euros. No miucho, pero quiero mi dinero. Como es tu primer triabajo, y soy generoso, te daré el diez por ciento. ¿Qué te parece? Trescientos euros, una hora de triabajo y si vales, aquí hay triabajo siempre. Miejor que discoteca, ¿eh?

Antes de ir a su nuevo trabajo, Yulian pasa por el Kvass y se toma unos vodkas con Emil. El A6 negro que conduce Kirill le pasa a buscar. Dan una vuelta aclarando los planes. Estacionan esperando a su presa.
Saben que cierra la joyería a las ocho y que tiene su coche en el estacionamiento de la siguiente cuadra.
—Iese —dice Kirill señalando.
—Da.
El coche para detrás de él. Kirill abre la puerta. Agarra al transeúnte despistado por la espalda. Le da un puñetazo en el hígado y lo mete dentro del coche.
—¿Quiénes sois? —Pregunta con un acento francés.
—Amigos de amigo que diebes el dinero.
—Os habéis equivocado, no le debo dinero a nadie. Me están espe…
—Corso, saberemos quien ieres, y saberemos dionde tú vives. Vamos tu caso. Vamos ver que niosotros encontraro. ¿Alguna joya, dinero o joya y dinero? Te tienemos por los huevos.

Llegan a un soportal en Chamberí. Abren las puertas externas de madera del ascensor. Entran los tres. Cierran la puerta interna de hierro. El corso le da al último piso, el octavo. Insiste que no tiene nada de efectivo o joyas en su apartamento, que están perdiendo el tiempo. Kirill le pega un codazo en el estómago y le dice que calle. El corso abre la puerta de su apartamento. Kirill le pega una patada en el trasero. El corso cae al suelo.
—Cuida que él no se muevo —dice Kirill.
Kirill saca la pistola que tenía guardada en la espalda, a la altura de las lumbares. El corazón de Yulian se dispara. No esperaba ver un arma. Kirill recorre el apartamento de decoración lujosa de tonos negros y blancos, con algún elemento de plata y oro. No encuentra a nadie. Guarda la pistola sonriendo.
—Buen apartamento corso. Mi gusta.
Se acerca al equipo de música y dice:
—Todo de liujo corso, mi gusta. Mucha calidad. Pongamos algo que no molestar las vecinas. Veamos. Música clásica, aburrida, opera, aburrida, Rod Steward, Tina Turner. ¿Eres un hombre de los ochienta corso? Michale Jakson, Thriller, sí, mi parece bien ¿Tu qué crees Yulian? —Él contesta con un gesto de hombros. Kirill pone el vinilo de Thriller.
—Sujétale Yulian, vamos a calentar. ¿Dónde tienes la caja fuerta?
—No tengo nada —Kirill le golpea en los riñones.
—Joyas o dinero o joyas y dinero, tu elijes. Tres mil euros. O tú nos das o te arrianco la uña con las pinzas, una y diespués otra, diespués dedos, hasta que no piuedas tú hacer más pajas. Cuanto más tarde más caro es el intereso —le da otro puñetazo, esta vez en la boca del estómago. El corso cae al suelo.
—Espera, espera. Ya basta. Te daré lo que quieres.
Se agacha. Saca unos libros de la estantería y abre una caja fuerte. Yulian está detrás suyo. El corso se da la vuelta, aun de rodillas, con el dinero en la mano derecha. Kirill se acerca. El corso saca una pistola con la mano izquierda. Yulian se queda en blanco. El corso dispara a Kirill una vez en el estómago y otra en el pecho. Yulian reacciona. Agarra una estatua de cobre del busto de Pasquale Paoli. El corso se da la vuelta para disparar. Antes de que le dé tiempo le golpea en la cabeza. El corso cae al suelo. Yulian le sigue golpeando fuera de control. Recupera el aliento. Toma el dinero de la mano y se prepara para irse corriendo. Comienza el tema de Billie Jean. Se da la vuelta y vuelve a ver que hay en la caja fuerte. Encuentra una bolsa de papel llena de billetes de quinientos euros. Sale del apartamento cubriéndose la cabeza con un gorro de montaña, mirando al suelo, aun con el busto ensangrentado en la mano. Corre zigzagueando por las calles. Abre la tapadera naranja de un contenedor. Recoge los restos de una hamburguesa. Saca la servilleta llena de mayonesa y kétchup que hay debajo y limpia la estatua antes de dejarla. El corazón le sigue palpitando al galope. Se siente bien y no es capaz de entenderlo. La adrenalina y la intensidad del momento le hacen recordar aquellos tiempos en los que la vida era un hacer continuo, cuando era El Gran Vostok. Se alegra de estar vivo. Un movimiento en falso y podría haber sido él quien yaciera desangrado en el apartamento. Sonríe mientras camina y recuerda lo sucedido.

En la oficina de Olek:
—Aquí tienes los tres mil euros.
—¿Diónde está Kirill?
—Muerto.
—¿Muerto? ¿Por tres mil euros?
—El corso tenía una pistola.
—¿Y el corso? ¿De diónde sacó la pistola?
—No sé, creo que la llevaba encima. Está muerto también. Le golpee demasiado fuerte.
—¿El corso está muerto? Eso no es bueno Vostok, traerá problemas, pero tú vales Vostok, has sobrevivido. No entiendo. ¿Una pistola? Las cosas van a poner difíciles. ¿Tenía más dinero?
—No sé. Solo tomé lo que tenía en la mano y salí corriendo.
—¿Estás tú sieguro bailarín?
—Sí, solo quiero mi parte y ya. Esto no es para mí. Tengo una familia. No quiero acabar en la cárcel.
—Aquí muchos tienemos familia, que crees. No hagas de santo. Ahora estás en el otro lado. Tomaste la vida de un hombre. ¿Lo disfrutaste?
—Dame mi dinero y déjame ir.
—Muy bien Vostok, aquí tienes —dice sonriendo, poniendo su parte sobre la mesa—. Cuando te necesite vendrás, así son los niegocios ahora. Vendrás porque quieres mi ayuda.

Marta oye a su marido llegar a casa. Se acuesta a su lado oliendo a alcohol. Él no puede dormir. Dos horas más tarde se marcha dándole un beso a su hijo mientras duerme. Marta se despierta y ve cinco mil euros en la mesa.

Yulian va al aeropuerto. Compra un billete para Moscu que sale en seis horas. Mientras hace la cola para pasar al control policial, ve a una niña despidiéndose de su padre y se acuerda de Marta y su hijo. Pasa por el control esperando sentirse libre, pero la boca del estómago se le tensa haciéndole sentir incómodo. Se sienta. Mira su anillo de boda. Suspira. Sonríe a medias. Se lo quita. Va a tomarse una cerveza. La imagen de su familia es más poderosa que la imagen de Rusia. Va a pagar y ve la foto de su hijo en la billetera. Las lágrimas intentan salir. Una se escapa. Las demás son contenidas por sus dedos que presionan sus ojos. Toma tres cervezas más, echando miradas a una mesa con cuatro mujeres jóvenes. Una de ellas le mira. Él sonríe. Las mujeres se levantan y se van. Ve a un padre con su hijo comiendo en la mesa de al lado. Viene la madre. Se sienta junto a ellos. Otra media sonrisa se dibuja en su rostro. Nuevas lágrimas intentan salir. Se tapa la cara. Mira sus manos y dice:
—Sooka, zhopa. Polnyi pizdets.
Saca el anillo del bolsillo, lo mira. Se ríe de si mismo. Se lo pone y vuelve.

Una calle antes de llegar a su casa, aparecen tres tipos que le dan una paliza. Caminan cargándole de los hombros hasta llegar a un coche. Se pone en marcha y le preguntan:
—¿Dónde está el dinero?
—¿Qué dinero?
—No te hagas el tonto. Aleksander dijo que estuviste allí.
—No se de que hablas.
—El dinero del corso, no era suyo. Es nuestro. Nos pertenece.
—No se de que dinero… —Le golpea en la cabeza hasta dejarlo inconsciente y le registran. Le abofetea y le despierta.
—Faltan cinco mil quinientos euros. ¿Dónde están?
—No los tengo.
—No tienes ni idea de con quien estás hablando. Sabemos donde vives, sabemos que tienes una familia. ¿Si quieres volver a verlos danos el dinero?
—Está bien, os lo daré, dadme un día y os lo doy.
—Mañana, misma hora, en la puerta de tu casa.
El coche se mete por una calle lateral y se detiene. Le empujan afuera.

Yulian sale del ascensor tocándose las costillas, por encima del hígado. Entra en su casa. Marta se acerca con los ojos rojos de haber llorado. Le dice desde el pasillo:
—¿Dónde has estado? Pensé que no ibas a volver.
—Papá —se oye desde la habitación.
—Dios mío, ¿qué te ha pasado? Alex, ven Alex, papá esta malo, ya le verás luego —dice dándose la vuelta y tapándole el camino a su hijo.
—Quiero ver a papá.
—Ahora no Alex, papá está malo. Deja que descanse un poco.
—No, quiero verle ahora.
—Basta ya Alex Popov. Haz lo que te digo o te quedas sin fútbol. Vamos, a la habitación, ya verás a papá luego.
—Joooo…
Marta le trae un vaso de agua a su marido.
—Vodka, ahora sí que lo necesito, moya lyubov’ —se limpia la sangre del labio inferior. Ella le quita el abrigo.
—¿De dónde sacaste ese dinero?
—El dinero, lo necesito.
—¿Todo? Ya no queda casi.
—Qué dices mujer, si no lo devuelvo estaré en problemas.
—¿En qué lio te has metido Yulian?
—El dinero Marta, ¿Dónde está?
—Lo usé para pagar las cuentas atrasadas y le iba a devolver el dinero a mi madre y mira por fin tenemos la nevera llena. He comprado para hacer tu comida preferida, carne a la stroganoff. Incluso te he comprado vodka. Déjame que te traiga un vaso.
Ella le trae un vaso lleno que Yulian lo bebe de un trago. Ella le limpia la sangre, le acaricia y le dice:
—Estoy tan contenta de verte, pensaba que… bueno, estás aquí. ¿Y ahora que vamos a hacer?
—Dame lo que quede, ya me encargaré de conseguir el resto. He encontrado un buen trabajo.

Demian Melhem Quesada

Certainty

—One clean shot, and this will all be over, Covash hears himself saying.

Aiming his rifle into the distance and caressing the cold trigger that marks the end of the road, one might think that Covash is in a position of security and control. After all, he is the one who will make the final decision. But he is aware that his end is also drawing nearer. The days full of intensity and expectation are about to draw to a close. One shot, an escape, and he’ll be imprisoned by everyday life once again.

―Tuckshhhhhhh…―. The unerring shot that ushers in the end of all that is certain for Covash. The escape sets his heart racing, sending signals to his body, which roars with calculated intensity.

A few seconds later, he leaves the roof door behind and goes down to the eighth floor, to a waiting apartment. It sits there empty, for sale at an excessive price and redesigned as a perfect hideaway. Quickly moving the tiled wall in the bathroom, Covash goes back to where he came from, to his mental prison. Hidden behind the false partition, he’ll spend as many days there as necessary. In this small, dark room he has water, food, a torch, two books and a place to dispose of his personal waste. The only people who knew about the room were the men from the construction company, Bicomagnus, who built it. Sadly, they had died quite suddenly of food poisoning, eating langoustines one evening to celebrate the victory of their local football team. The Coalition knew too, of course. They had gone to great lengths to make what was an international incident look like the work of Islamic extremists.

Opening the book again on page 29, Covash reads:
“We can achieve nothing that will transcend the fatal game of appearances.”
He hears laughter in his head, along with thoughts that murmur:
—Camus, I wish I was a writer, so that the meaning of my life could be directed by a pen―.

After a few minutes, voices are heard entering the house next door, questioning, taking it all in, making threats.
Crash! The door to Covash’s apartment finally gives way. The police run in, shouting as they enter.
Covash listens with curiosity, knowing that he won’t be found. Even so, something inside him can’t help imagining breaking through the cavity wall and butchering the unsuspecting policemen. How entirely unprepared they would be for the bloodthirsty beast. But he is locked behind the bars of his own cowardice.

—Why am I unable to choose when I die? ―. Covash’s mind questions.

After a few hours of shouting and doors being forced, all that remains are the sirens. His watch reads 22:00, with its red digital display, and quiet finally arrives as night falls. But he knows that although the chaos can no longer be heard, peace has not truly returned. In one or two days the building will be cordoned off and secured. And in the silence, his mind won’t let him rest.

09:00 The apartment door is opened. This time, the voices are quiet and controlled, denoting a certain professionalism. Covash’s heartbeat tries to quicken, but with the sound of an Ohm, his mind is silent again.
09:23 The door closes. Covash returns to reality.

Hours later he dares to make a sound.
―Click!―. He opens a can of chickpeas and has his first meal in 14 hours.

Page 50: “…absurd…it is that divorce between the mind that desires and the world that disappoints, my nostalgia for unity, this fragmented universe and the contradiction that binds them together.”
Suddenly closing the book, frustration tightens the muscles in his stomach, and his mind whispers to him:
—You can’t keep reading, you’ll go crazy. You’ve been in the dark for the last two days with nothing but your mind for company. This is not a good time. Too many doubts. If only I knew how to live another way. Too many years trapped in cycles leading nowhere. Everything ends and everything begins again, and I’m still the same. No, no, I must focus, stop thinking, meditate, Ohm…Ohm…What’s the point!? Ohm…Ohm…Ohm…Why do I keep lying to myself? Quiet! Ohm…Ohm…Ohm…

Second day, fourth can. Security in the building is minimal. Covash doesn’t know it, but this would be the perfect time to make an escape.

20:40 Third day, page 54: «Suicide, like the leap, is acceptance at its extreme. Everything is over and man returns to his essential history. His future, his unique and dreadful future—he sees and rushes towards it. In its way, suicide settles the absurd.»
—Suicide? If only it were so easy to end it all, to think about it and then do it. No, there’s something else; something I have to do. I can’t kill myself. There’s one final piece of the puzzle that must be found.

21:00 Covash listens to his messages. There’s an important one:
“Let’s go out for a drink tonight. Won’t be that many women who are up for it, but the main thing is that we get laid. I’m not going to Greece this weekend in the end. Come and see me at my place. See you later!”
He leaves the hideout with a rucksack full of excrement, rubbish, cans, the torch and the two books. Wearing new clothes and carrying an identity card stolen from flat 5J, he leaves through the main entrance. A policeman looks at his ID, and seeing that it checks out, he let’s him pass.
―Off to the gym? ―asks the policeman as Covash heads for the door.
―Yeah, a bit of boxing will do me good after all this tension ―he responds with a cursory smile.

Hotel Le Meridien. Five stars.
―Mikael van Reis ―says to the receptionist.
―Room 508 Mr van Reis. Here’s your safety deposit box ―He opens it and takes out a sealed envelope.

When Covash gets to his room, he opens the envelope and finds a boarding pass. The flight leaves in three days. He leaves the envelope on the dresser and heads to the bathroom.
After showering, he falls fast sleep in his perfect hotel bed; the bed of his dreams after five days in the hideout.

Minutes then hours pass without leaving a trace. On the morning of the second day Covash wakes up feeling like life deserted him as his eyes slept. Cyclic thoughts possess him. Tears threaten to fill his eyes, and once more his heart feels empty, sad and lonely.

—There’s nowhere to go and nothing to do. What’s the point of keeping on with this lie called life? Moments of fleeting happiness and eternal disappointment. What’s the point of living? Everything goes back to where it came from, to emptiness, contradiction and meaninglessness. Today, tomorrow, in a month, it doesn’t matter. Everything ends up the same. Why prolong it?―.
As the last question rings through his mind, Covash starts to cry. He picks up the gun that’s been waiting for him on the dresser and removes the safety. He holds the cold barrel to his temple. Memories, wishes and futile hope fly through his mind as he squeezes the trigger and resolves to complete the circle of life.
―Tockshhhh…! ―the bullet passes through his mind’s resting place, blocking out all cognitive function before making its triumphal exit, ripping flesh and splintering bone in a splatter of red and grey. Covash can see himself dying, and his mind questions the return to reality:

—What is it that binds me so tightly to life?

Full of indecision, he leaves the hotel room and goes out into the street. Waiting for the green light, he watches a lorry approaching at high speed. His mind returns to the task of choosing his destiny and confronting it. But something holds him back: there’s an involuntary force that prevents him from dying. Another day awaits, a new goal, a new certainty to provide his life with meaning, even if it only lasts a few months or days.

Night falls. This time he’s ready. He has enough pills to kill an elephant.
Lying in bed, he opens the book at page 109 and reads: “The workman of today works every day in his life at the same tasks, and this fate is no less absurd. But it is tragic only at the rare moments when it becomes conscious.”
The minutes pass, and eventually he can read no more. He leaves the book on the bedside table and closes his eyes.

00:00 Covash takes the boarding card out of the envelope, and is surprised to find a purple plastic card at the bottom. The name Macaria is written on it in red letters, along with a note that says:
“Don’t forget to live it up! Come to Macaria and enjoy what you’ve won.”
—Just in time, he hears in his mind ―new clothes, cologne, a full wallet…pretend to be normal.

After a quick sandwich at the hotel, he takes a taxi which leaves him at the entrance of the Macaria. Looking around, it seems like a high-class establishment. There are beautiful women everywhere, sports cars and lives that seem to have been destined for greatness.
—A place full of people, just what I needed. A night of hypocrisy, arrogant gazes, false gestures, empty conversations and pretence.
―A juice please ―he asks the waiter. This is his freedom: no alcohol, no caffeine, just something sweet and simple.
He glances at the tables looking for something. Recognition and a discrete approach. Without anyone noticing, Covash picks up an envelope. Holding it in his fingers, he reads the encoded inscription.
—A new objective, new meaning. This is faster than I expected. Must be my lucky night ―he thinks.
A tall woman with a feline beauty approaches and inquires:
―You’re not from round here, are you?
―No, I’m Dutch.
―Are you a cop looking for a suspect perhaps? ―She laughs―.

―Relax, I’m just making conversation. I’m Estena, but call me Esti, please.
―Pleased to meet you Esti. It’s Mikael. You come here a lot?
―Often enough. Often enough to know when there’s someone new here at least.
―I don’t like these places much. Too many…argh!…Hey, you, watch where you’re going! ―Covash says to a man who has stumbled into him.
―I’m so sorry. I was pushed… How odd. I feel as if… ―Covash reacts by touching his back, and looking at Estena, who interrupts him, saying:
―There are drunkards here everywhere. But I can see that you’re not a drinker.
―No, it’s not my style. I like to stay in control.
―No coke? Nothing?
―No.
―How come?
―So, you’re into drugs then?
―No, not at all. I prefer to keep a clear head, like you.
―Tell me Esti, what do you do?
―I’m a broker.
―That sounds pretty serious.
―It’s not actually as serious as it seems. I look for benefactors and recipients, and make money from them both. ―they laugh together.
―Good way of putting it.
—Is it her? His mind whispers.

Between questions and looks full of intent, Covash feels relaxed, talking and dancing with Estena. She inspires him with her innate confidence and eyes full of determination. She seems unexpectedly switched on and smart and has a sharp sense of humour. With an insinuating gesture and a final kiss, Estena invites Covash to spend the night at her place. It’s a perfect plan, and the car’s soon up and running.

Quiet and satisfied, Covash is full of anticipation and desire. Never has he connected so quickly with a woman. If he believed in love, he’d say it was just about to happen.
Back at home, Estena offers him a brightly coloured red drink that has a strong bitter taste.
―Hmmm, pretty strong. What is it?
―It’s a triple.
Covash lowers the glass and looks suspiciously at Estena, who laughs at him, saying:
―Don’t worry, it’s not alcoholic, and there are no drugs in it. It’s a combination of vitamins and ginseng. You’re going to need it tonight; if you want to go the distance that is.
Covash takes another look at the drink. He’s still suspicious. Estena finishes hers off and throws the glass on the floor. She stares at Covash with a picaresque smile, and with a quick movement unzips her dress, letting it fall to the ground. Her voluptuous body is completely naked.
―Are you coming? ―Estena asks him.
Covash stands there in silence, hypnotised. He tries to remember the last time a woman so beautiful had wanted him without wanting him to empty his wallet first.
―Come on. Cut it out!
―Do you think I’m going to poison you or something? Finish off your drink if you can. I’m telling you, you’re going to need it.”
With a wink, Estena moves towards the bedroom. Covash smiles and looks at the glass. He finishes it off in one go, takes a couple of steps and feels his body lighten, almost losing all sensation of weight and coherence. His legs weaken, and the colours and lights around him suddenly become more intense.
—Am I hallucinating? ―his mind asks, confused, with his eyes pinned on Estena.
He stumbles and almost falls over, then supports himself on the wall, unable to make sense of what’s happening. Estena is leaning against the door waiting, and Covash asks her:
―What else have you given me?
At the sound of his own voice, he is almost able to pull himself together, but he’s lost all coordination. He is about to lose consciousness when he hears distinct fragments of the puzzle whistling through his mind:…a client with cystic fibrosis…you’re the perfect size…
The door is open. Covash falls over. Looking up, he’s astonished to see a hospital bed, and what look like doctors. The penny drops. The drug dissolves all trace of will, and Covash exhales his last breath, completely unable to withhold it.

©Demian Melhem Quesada

Translated by Luke Woodward
Freelance copy-editor 

lukecwoodward@gmail.com

La Isla y el Valor

Creo haber escuchado esta metáfora en las palabras de algún libro olvidado, regalo de la mente de algún autor menospreciado.

«Cada uno vive en su propia isla.»

Unas veces miramos a nuestro alrededor y nos damos cuenta de que nuestra isla es parte de un precioso archipiélago, otras veces miramos a los espacios vacíos que quedan entre ellas y pensamos que nuestra isla es la única en el inmenso y frio océano.

Caminamos, corremos y gozamos de nuestra isla como si fuera la más bella y la más importante de todo el océano. A veces sacamos el catalejo en las altas colinas o en la confortable playa y miramos a los vecinos con curiosidad corriendo, saltando y de vez cuando, cayendo. Y a decir verdad hay gente que solo mira para ver caer a los demás, ya que parece ser el más valorado ritual en esta sociedad.

Nuestras caídas son lo de menos, ya que la mayor parte de ellas ni las vemos.

Contando todo lo que tenemos en nuestra isla, nos enamoramos de ella. Tanto la queremos que sentimos la necesidad de compartirla. Así nos aventuramos en los océanos, mirando a nuestro alrededor llenos de miedo, al sentir fluir el suelo. Entre nuestros brazos llevamos un cálido tesoro que busca un nuevo puerto.

Al llegar a la orilla de nuestro vecino, le entregamos nuestro tesoro llenos de ilusión, para que pueda disfrutar un poco de nuestra pasión. Observamos la belleza de la extraña isla con curiosidad y cierto recelo, pero al irnos somos felices ya que volvemos al lugar más bello de todo el océano.

Pasan los días y a veces los meses e incluso años de expectación.

«¿Cuando me dirá si le ha gustado mi tesoro?»

Hasta que uno ya no puede más y juntando todo su valor escribe un mensaje en el ordenador.

La respuesta suele ser huidiza, a veces indefinida, pero con suerte no es una mentira.

―No he tenido tiempo ―suele ser, en estos días modernos en los que en nuestra isla hay tanto que hacer.

«¿Tiempo? ―Me pregunto sabiendo la respuesta.»

«Los únicos que no tiene tiempo, son los muertos.»

Quizás sea por educación, ya que la verdad suele ocultar un sentimiento áspero al que nadie quiere enfrentarse:

―He organizado mi vida sin contar con tu regalo como parte de ella.

Entonces veo de que sí que hay algo de muerte en este tema. Quizás mi tesoro este muerto, o por decirlo de otra manera, mi tesoro no existe, por lo que no puede ser disfrutado en la isla de los demás.

Yo soy un fiel creyente de la reciprocidad. En ella está el equilibrio, en ella está la paz.

Entonces, me pregunto:

«¿Acaso no será que yo también he recibido un regalo, que he dejado volar, llevado por el viento, sin haberlo podido disfrutar?»

«¿Que regalo abandoné? ―Pienso y me pregunto sin saber. »

Quizás todo sea un no-entendimiento que reside en el significado del regalo.

Yo sé que tesoro doy, ¿sabrán ellos que lo doy?

Quizás mis regalos no sean regalos para ellos, sino que los dan por hecho y por eso los abandonan.

Y la reciprocidad me hace preguntar:

«¿Que regalos habré recibido yo, que no haya sabido darles valor? »

Y ahí es donde reside la cuestión, en el valor que cada uno le da a los elementos que componen la orquesta de nuestras vidas; en el valor que cada palmera y grano de arena tiene en nuestra isla.

Que se le va a hacer, uno interpreta la vida mirándose al ombligo, contrastando primero con su propia isla. Y entonces digo:

―Así no hay quien sepa valorar lo que nos dan los demás.

P.D: No le digas a la gente que estás muerto, ya que los muertos son los únicos que no tienen tiempo.

ESPERANZAS

El tiro falló.

Veo el cuchillo y no me lo creo,

Me desangras colgada del techo.

Cuanto provecho sacaste tocando mis pezones,

Robando mi néctar, llenándome de ilusiones.

Como hubiera sabido que también querías mi carne.

Ahora lloro, mis crías también pasaron por el fuego.

Mis gritos no te importan.

Si tan solo hubiera sabido que para ti era un juego.

La Certeza

Relato inspirado en el libro de Albert Camus:

«El Míto de Sísifo».

«Un tiro preciso y todo habrá acabado ―se oye en la mente de Covash.»

Apuntan con su rifle en la larga distancia. Roza el gatillo suave y frío que marca el fin de un camino. Uno podría pensar que Covash está en una posición de control. Después de todo es él quien toma la última decisión. Pero Covash sabe que los días de intensidad y de expectación están a punto de terminar. Un tiro, huida y la vida habitual le volverán a encarcelar.

―Tuckshhhhhh…
El tiro infalible da comienzo al fin de las certezas. La carrera acelera su corazón mandando señales al cuerpo que ruge con intensidad calculada.
Esquiva otro cadáver, retirado con un tiro en la nuca. Se vuelve una fracción de segundo y aprecia con cierta curiosidad el lago de sangre que sale de la boca. Unos segundos más tarde deja atrás la puerta de la azotea.
En el octavo piso se encuentra un apartamento en venta sobrevalorado a conciencia y remodelado para ser el escondite perfecto. Mueve la pared de teselas del baño y vuelve a su lugar de origen, a su prisión mental. Permanecerá escondido tantos días como sea necesario. En la pequeña y oscura guarida tiene agua, comida, una linterna, ropas, dos  libros y un lugar en donde desechar sus desperdicios personales. Los únicos que conocieron la existencia de la habitación añadida, fueron los constructores de la empresa BicoMagnus, que murieron de una intoxicación de langostinos celebrado la victoria de su equipo de fútbol regional.

Abre un libro en la página 29 y lee:
“No podemos hacer nada que trascienda el juego fatal de las apariencias.”
«Oh Camus, ojala fuera un escritor para que el sentido de mi vida fuera dictado a través de la pluma ―se oye en la mente de Covash.»
Al cabo de unos minutos se escuchan voces entrando en el apartamento de al lado, cuestionado, registrando, amenazando.
―¡Pockt! ―La puerta del apartamento en el que reside Covash cede, los policías entran galopando y gritando.
Covash escucha con curiosidad, sabiendo que nadie le va a encontrar. Aun así, algo en su interior le empuja a imaginarse a si mismo rompiendo a través de la pared. Masacrando a tiros a los policías que, incautos, no se esperaban a una bestia sedienta de sangre encerrada tras los barrotes de su propia cobardía.
«¿Por qué soy incapaz de elegir cuando morir? ―Cuestiona la mente de Covash.»

Tras unas horas de gritos y puertas forzadas, lo único que queda son las sirenas.
Su reloj digital marca en rojo las 22:00. La tranquilidad llega con la noche. Pero Covash sabe que el caos se ha dejado de escuchar, pero aun la paz no se puede respirar. Uno o dos días estará el edificio acordonado y protegido, por lo que en silencio la mente de Covash no dejara de pensar.

09:00. Oye abrirse la puerta del apartamento. Esta vez, las voces tranquilas y controladas denotan cierta profesionalidad. El corazón de Covash intenta saltar, pero al ritmo del Ohm su mental se vuelve a callar.
09:23. La puerta se cierra. Covash regresa a su realidad interna.

Pasan las horas. Covash se atreve a producir un sonido,
―Clikn.
Abre una lata de garbanzos hervidos y disfruta de su primera comida en 14 horas.
Página 50: “…lo absurdo. Es la separación entre la mente que desea y el mundo que decepciona, mi nostalgia por la unión, este universo fragmentado y la contradicción que lo une todo.”
Cierra el libro de golpe. La frustración tensa los músculos de su estómago mientras que su mente le susurra:
«No puedo seguir leyendo, me voy a volver loco. Llevo un día más los dos días anteriores, a oscuras, con mi mente. Este no es un buen momento. Demasiadas dudas, si tan solo supiera vivir de otra manera, demasiados años atrapado en ciclos que no llevan a nada. Todo acaba y todo vuelve a empezar y yo sigo siendo igual, no, no, tengo que centrarme, deja de pensar, medita, Ohm…Ohm… ¿Qué sentido tiene todo esto?… Ohm… Ohm… Ohm… ¿Por qué sigo mintiéndome? ¡Silencio! Ohm…Ohm…Ohm…»

Segundo día y cuarta lata. La seguridad en el edificio es casi mínima. Covash no lo sabe, pero este sería el momento perfecto para escapar.

20:40. Tercer día, página 54: “El suicido, como el salto, es extrema aceptación. Todo acaba y el ser humano vuelve a su historia esencial. Su futuro, su único y deplorable futuro lo ve y se abalanza hacia él. A su manera, el suicidio resuelve el absurdo…”
«¿Suicidio? Ojala fuera tan fácil acabar con uno mismo, plas, pensarlo y hacerlo. No, hay algo más, algo que tengo que hacer. No me puedo suicidar. Hay una última pieza que tiene que encontrar su lugar.»

21:00. Covash conecta el bíper. Una clave: Esta noche saldremos a tomar algo. No hay demasiadas mujeres interesantes, pero algo se hará. Igualmente no tengo ganas de  ir este fin de semana a Grecia, por lo que deberías de venir a verme a mi casa. Abrazo.
«OK, hora de moverse ―se oye en su mente.»
Surge del escondite con la mochila llena de excrementos, basura, algunas latas, una linterna y dos libros. Con ropas nuevas y la identidad robada del inquilino del piso 5J, se dirige a la entrada principal. Un policía chequea su identificación. Ve que corresponde con la del inquilino en cuestión y le deja pasar.
―¿Va al gimnasio? ―Pregunta el policía según Covash se aleja.
―Sí, algo de boxeo para desconectar ―responde Covash con una sonrisa final.

Hotel Le Meridien, cinco estrellas.
―Mikael Van Reis―informa Covash al recepcionista.
―Habitación 508, Sr. Van Reis. Aquí tiene su caja de seguridad.
Covash abre la caja metálica y saca de ella un sobre sellado.

En la habitación, Covash abre el sobre.  Encuentra un billete de avión con salida en 3 días. Deja el sobre en la sobremesa y se dirige hacia el baño.
«Por fin una ducha ―exclama la mente de Covash.»
Con el pelo mojado, se sumerge desnudo en la cama, cayendo dormido en el mundo de los sueños.

Los minutos y las horas desaparecen sin dejar huella. En la mañana del segundo día Covash despierta sintiendo como si su vida hubiera seguido su camino mientras sus ojos dormían. Los pensamientos cíclicos le poseen. Unas lágrimas amenazan con escapar. Su corazón vuelve a sentir el vacío, la tristeza y la soledad.

«Sin ningún lugar a donde ir, sin nada que hacer, ¿Qué sentido tiene engrandecer esta mentira llamada vida? Momentos de felicidad pasajera y decepciones eternas, ¿qué sentido tiene vivir? Todo vuelve siempre al mismo lugar, al vacío, a la contradicción, al sin sentido. Hoy, mañana, en un mes, qué más da, todo acaba igual. ¿Qué sentido tiene el prolongar?»
Según se desliza la última pregunta por la mente de Covash, las lágrimas caen. Se ve a sí mismo quitando el seguro de la pistola que lleva años esperando en la sobremesa. El frío cañón se coloca en el lateral de su cabeza. Rozando el gatillo, se cruzan por su mente recuerdos, deseos y una esperanza fútil que afirma su decisión de completar el círculo vital.
―Tockshhhh…
La bala atraviesa el supuesto hogar de la mente individual, bloqueando las funciones cognitivas antes de la salida triunfal, rompiendo hueso y carne en lluvia gris y roja. Covash se ve a sí mismo morir y su mente cuestiona volviendo a la realidad:
«¿Qué es lo que me ata a la vida?»

Con la mente llena de indecisiones abandona la habitación. Esperando la luz verde, ve acercarse a un camión a gran velocidad. Su mente vuelve a imaginarse eligiendo su destino y enfrentándose a él. Pero algo le retiene, una fuerza involuntaria que le impide morir. Otro día más de vida esperando una nueva certeza que le dé sentido a su vida, aunque tan solo sea por unos meses o días.

La noche llega. Esta vez Covash está preparado. Tiene suficientes pastillas como para hacer descansar a un elefante.
En la cama abre el libro en la página 109 y lee: “El trabajador actual, trabaja todos los días de su vida en las mismas tareas y ese destino no es menos absurdo. Pero no es trágico sino en los raros momentos en que se vuelve consciente.”
Pasan unos minutos hasta que ya no puede leer más. Deja el libro en la sobremesa y cierra los ojos.
«¿Vivir o morir? Vivir sin sentido una y otra vez y morir. ¿Para qué? ¿Acaso no es lo mismo? O morir por algo ―se escucha en la mente de Covash antes de entrar en el mundo de los sueños.»

00:00 Covash saca el billete de avión del sobre y se sorprende al encontrar en el fondo una tarjeta púrpura de plástico, con el nombre Macaria inscrito en rojo y una nota en clave que dice: No te olvides de pasártelo bien. Ven a Macaria. Disfruta de lo que te has ganado.
«Justo a tiempo ―se oye en la mente de Covash.»
«Ropa nueva, perfume, la billetera llena y a fingir ser normal.»
Tras un sándwich en el hotel, Covash toma un taxi que le deja en la entrada del Macaria.
«Gente demasiado arreglada, coches deportivos y vidas con la apariencia de haber tenido un camino planeado a lo grande. Demasiada, demasiada gente, justo lo que necesitaba. Una noche de hipocresía, miradas presumidas, gestos falsos, conversaciones vacías y pretensiones perdidas.»

―Un jugo cualquiera― le pide Covash al camarero.
Oteando las mesas encuentra un rostro familiar. Sin que nadie se dé cuenta, Covash recoge un sobre. Palpa con sus dedos y lee la inscripción codificada.
«Un nuevo objetivo, más rápido de lo que esperaba. Una pieza más.»
Una mujer alta y con una belleza felina se acerca y le pregunta:
―¿Tú no eres de por aquí, no?
―No,soy Holandés, ¿acaso eres policía buscando sospechosos? ―Ella ríe y contesta:
―No, es tan solo una manera de comenzar la conversación. Soy Estena, pero mejor llámame Esti.
―Mucho gusto Esti, me llamo Mikael. ¿Vienes mucho por aquí?
―Bastante, lo suficiente como para darme cuenta de cuando alguien es nuevo.
―No me gustan mucho estos sitios, demasiadas apari…argh! ¿Eh tú? Tencuidado ―le dice Covash a un hombre que tropieza con él.
―Perdona amigo, me han empujado.
―Qué extraño, he sentido como si…― Covash reacciona tocándose la espalda y mirando a Estena que le interrumpe diciendo:
―Siempre hay borrachos por todos lados, pero tu veo que no bebes.
―No, no es mi estilo. Me gusta llevar el control de mi vida.
―¿Ni cocaína ni nada?
―No, no, ¿por qué? ¿Acaso te van las drogas?
―No, para nada. Yo también prefiero lo natural.
―Dime Esti, ¿a qué te dedicas?
―Soy bróker.
―Suena bastante serio.
―Bueno, no tanto como parece. Busco a donantes y receptores y gano dinero con ello.
―ja,ja,ja… buena manera de ponerlo.
«¿Será ella? ―Susurra la mente de Covash.»

Entre preguntas y miradas llenas de intención, Covash se siente relajado hablando y bailando con Estena que le inspira una confianza innata con sus ojos llenos de determinación. Parece ser una persona inesperadamente despierta e inteligente con un sentido del humor crítico y perspicaz.
Estena le ofrece con gestos insinuadores y un beso final su casa para pasar la noche. Plan perfecto, coche en marcha.
Covash está lleno de expectación y deseos. Nunca en su vida había conectado con tanta facilidad con una mujer y si creyera en el amor, diría que estaba por suceder.

En su casa, Estena le ofrece una bebida roja con un fuerte sabor amargo.
―Uhmm, bastante intenso. ¿Qué es?
―El cóctel triple, pomelo, zanahoria y el ingrediente secreto.
Covash aparta la bebida e indaga con su mirada a Estena, que ríe:
―No te preocupes que no es ni alcohol, ni drogas. Es un combinado de vitaminas y ginseng que necesitaras esta noche si pretendes aguantar.
Covash vuelve a mirar la bebida, aun sin confiar.
Estena le da un trago final a su cóctel y tira el vaso al suelo. Con una sonrisa picaresca, realiza un movimiento sutil que deja a su vestido deslizarse hasta los pies. Su cuerpo voluptuoso queda al descubierto.
―¿Vas a venir conmigo? ―Le pregunta Estena.
Covash se queda sin palabras. Hipnotizado, intenta recordar cuando fue la última vez que una mujer tan bella le había deseado sin preguntar antes por el contenido de su billetera.
―Anda, déjate de tonterías. ¿Acaso crees que te voy a envenenar? Bébete el jugo si quieres. Solo te digo una cosa más, lo vas a necesitar ―con un guiño, Estena se despide dirigiéndose a su habitación.
Covash mira el vaso sonriendo y bebe el cóctel de un trago. Tras dar unos pasos siente su cuerpo aligerarse, casi perdiendo toda sensación de peso y de consistencia. Las piernas le flaquean. Los colores y las luces se vuelven más intensas.
«¿Estoy alucinando? ―Pregunta su mente confundida con los ojos clavados en Estena.»
Tropieza y por poco se cae. Apoyándose en la pared, sin poder realmente conectar las piezas del puzzle, le pregunta a Estena que le espera reclinada en la puerta:
―¿Qué me has dado? ―Al oír su voz, su cuerpo casi se despierta del sueño, pero al no poder coordinar se tambalea a punto de perder la conciencia mientras a su mente llegan distintas piezas: ―…un cliente con cistitis fibrosa… tú eres el hombre de tamaño ideal…
Al abrirse la puerta, Covash cae al suelo. Levantando la vista ve deslumbrado una cama y a unos hombres con batas blancas. En ese preciso momento, su conciencia encaja la última pieza. Según la droga le quita los últimos trazos de voluntad, Covash deja escapar su último suspiro sin la posibilidad de negar.

Damien Melhem Quesada