Demian Melhem Quesada 06/03/2020
Llevo casi dos meses sin trabajar, esperando sin esperar a que mi jefa me llame. Cobro mi sueldo y disfrutó del día a día sin pensar en el futuro, mientras el mundo deriva en una espiral de incertidumbre imposible de comparar con nada que haya vivido hasta ahora. Me siento culpable de estar bien y de hacer poco por ayudar. Así ha sido la mayor parte de mi vida. Feliz de la suerte que he tenido y culpable de ser un granito de arena, impotente ante las olas, sin saber cómo impedir la erosión sociocultural que me rodea. Supongo que es un problema moral, como muchos de los problemas del primer mundo. Ante este contraste, ¿cómo me siento? Parece que bien, pero en la profundidad, ¿de qué color es el agua? ¿Es clara o turbulenta y llena de la sangre coagulada de heridas pasadas?
Tenía un rumbo elegido y marcado en el mapa. A la vuelta de las vacaciones de Uruguay, que justo cayó dos semanas antes del aislamiento, iba a estudiar counselling y rendir la pluma por un tiempo. Le decía a mi mente: “He aprendido a ayudar con el corazón. Estoy en camino. Voy a aprender a que tu ayudes también.” Así fue que tenía pensado abandonar el conflicto interno, la angustia del que no llega a la meta y que ni siquiera sabe ya qué camino creativo tomar. ¿Historias cortas, libros, fantasía, ciencia ficción, conflicto social, feminismo, existencialismo, videos musicales, informativos, o quizás un libro de investigación intelectual o espiritual y algunos videos? El tema es empezar. Pero, ¿cuál es el mejor camino a tomar? En cuanto surgen las dudas, mueren las ideas.
Las victorias de estos últimos años han sido triunfos colaterales. Si fuera una persona negativa, como lo he sido, diría que quien reina en los cielos es un humorista. Lo que realmente quiero, no sucede. A cambio la vida me ha dado regalos más valiosos que lo planeado. Años intentando construir una escalera que me lleve a la luna, para atrapar su luz y llenar el agujero negro que hay dentro de mí. Mientras recogía materiales, y vivía día a día, lo que rodea a la escalera comenzó a brillar. El agujero negro desapareció y la escalera me dejó de importar. Como si fuera un pionero buscando la montaña sagrada. En el camino aprende a conocerse a sí mismo quitándose las cargas del pasado, encuentra al amor de su vida, un valle iluminado por el océano en donde construir un hogar, gente a la que ayudar y amigos con los que compartir la vida. Un día se despierta y entiende que la montaña sagrada no era más que un guía. Una bonita narrativa de redención.
¿Qué escribir?
No quiero volver a construir escaleras con sueños de grandeza que me llevan a batallas pírricas. Le corté el látigo a mi ego que quiere triunfar y me engaña diciéndome que quiere ayudar. Océanos de vientos caprichosos, de horizontes que nunca se acercan, de islas que en el mejor de los casos te animan a seguir, y quién sabe si tras una larga travesía de años escribiendo un libro, haya un continente nuevo en el que vivir. Escribe, escribe, escribe me digo cada día, y así llevo un año sin escribir. Leo los consejos de los que se dedican a esto: hazlo por placer, disfruta del proceso y olvídate del ¿para qué? Me pasó lo mismo cuando estudié Bellas Artes. Comencé el curso lleno de ideas, hice grandes proyectos, me imaginé victorias napoleónicas y acabé sin saber cómo volver a la creatividad preguntándome, ¿a quién le sirve lo que hago? ¿Qué utilidad tiene en esta sociedad?
Lo último que abandoné fue una historia corta que terminó como un aborto de libro. La vida se cruzó, como le suele pasar a casi todo escritor, y nunca pude volver. En la pausa surgieron las preguntas. Las escusas suplantaron a las respuestas. Si son escusas validas no lo sé, el tiempo lo dirá, o no. Depende de en que capítulo esté de la historia que me cuento a mí mismo. Ya sea drama o redención, cuando miro al pasado, lo real se mezcla con lo imaginado. Lo vivido contado a posteriori está cubierto por una capa de ficción que penetra la verdad dándole una nueva forma. Por más que cree universos de replicantes o elfos, el mayor proceso creativo lo fragua la mente cuando saca conclusiones acerca de las experiencias pasadas. Me refiero a esas narrativas que creamos, que si algo se aprende, cambian con los años, compuestas para darle un sentido unificado a la vida. Las experiencias acaecidas dejan de ser aceptadas tal como fueron. Son desenterradas, convirtiendo los trozos descompuestos del cadáver en islas cartografiadas. Unidas por los barcos mercantilistas que dan y quitan autoría. Trazando rumbos en donde hay derrotas, triunfos, empresas a medias y las autobiografías con finales bonitos. Todo queda justificado en mi mente cuando me considero una persona sana. Aun así, intento no solidificar como realidades objetivas las narrativas imaginadas para intentar ordenar el mundo externo y el interno. Si las narrativas que creo acerca de mi pasado cambian con los años. Si las narrativas que creo al conocer a la gente y encasillarlas también cambian. Si las narrativas que creo acerca de la economía, la política y las relaciones internacionales cambian también. Significa que mis narrativas no son más que puntos de vista fluctuantes, influenciados por el presente. Cuando hago la autopsia de las experiencias vividas, lo hago siempre desde la subjetividad de un presente en continuo movimiento. La verdad de hoy puede ser un desatino visto desde el mañana.
El 2019 empezó con fuerza. Cuatro meses escribiendo casi cada día. ¿O fueron tres? Compré más de diez libros, de teoría, historia y narrativa feminista, para expandir mi conocimiento y ponerle colores de realidad al universo que quería crear. A pesar de que sentí con mayor pena y rabia las injusticias con las que han vivido las mujeres a lo largo de la historia, mis dedos no pudieron rescatar el hilo de la imaginación. Me dije, hoy por hoy, escribir inspirado en el feminismo es defender unos ideales que imponen una visión de la realidad dual, de buenos y malos, verdugos y víctimas. Aunque yo crea que mis ideales son los correctos y que defiendo la justa causa, ¿quiero entrar en la lucha por hacer ver a algunos hombres y mujeres lo injusta que ha sido la evolución histórica de las culturas con la mujer? Así lo sentí en el 2010 cuando empecé a escribir mi primer libro. Desde entonces la lucha se ha intensificado exponencialmente. El momento decisivo, que me convirtió en un escritor en busca de paz, fue cuando los extremos se volvieron los heraldos, corriendo hacia el frente del campo de batalla con la bandera en alto, gritando: ¡O con nosotros o en nuestra contra! Cuando hay una división tan clara, hay guerra. Cuando hay guerra es casi imposible ver la causa del conflicto y la posible resolución pacífica, ya que la búsqueda de culpables y los castigos consecuentes, enturbian la forma de interpretar el pasado. Quiero enterrar el hacha, pero, ¿sé escribir sin estar en guerra?
¿Por qué empecé escribir?
Siento llegar las narrativas, cabalgando hacia el presente con medias verdades. Para empezar, los hechos. Lo primero que escribí fueron actos de rebeldía contra mi padre. Después cerré un ojo, y apunté el rifle hacia las injusticias ecológicas y sociales del capitalismo. Lo siguiente fue defender la rama especifica del feminismo. Incluso levanté el hacha contra el culto budista al que pertenecí durante 3 años, a pesar de que hoy estoy tremendamente agradecido de lo mucho que aprendí. He tenido tanta oscuridad dentro de mí, que cuando juntaba las letras, solo sabía formar sufrimiento. Si tuviera que explicar como escribía, diría: “espada por pluma, sangre por tinta.”
Profundicemos en el pasado, según las narrativas comienzan a tomar forma. Ésta manera de escribir tan intensa y violenta, es consecuente a como interpretaba lo que veía y sentía. ¿O quizás sea sentía y veía? Tenía como únicos factores de la ecuación de la vida: la corrupción de los políticos, la explotación de la gente y del medio ambiente y las injusticias originadas por un mundo en el que parecen reinar los que están centrados en sí mismos y en sus propias ganancias. Los logros de la sociedad moderna los menospreciaba comparándolos con el ideal de lo que a mí me gustarían que fueran. Ah, los ideales. La narrativa que creo hoy es que los ideales son armas de doble filo. Son la estrella Polar que nos guía cuando hay oscuridad a nuestro alrededor. Lo malo es la comparación. Al compararme con el ideal del ser humano, ya sea Buda, Jesucristo, Mahoma, Gandhi o mi vecino, me quedo corto, muy corto. En lugar de aceptar quien soy, me preocupo más por quien podría ser, o peor, por quien debería ser. Esa comparación crea un precipicio del que surge la insatisfacción. Sé lo que es la paz, cuando las circunstancia de mi vida son favorables; no como la mente de Buda que permanecía en paz ante cualquier evento. Sé amar, mientras no me hagan daño de manera intencionada; no se poner la otra mejilla tanto como Jesucristo me recomendaría. Sé creer en la voluntad de Dios, “In shāʾa –llāh” dijo Mahoma; hasta que los eventos inesperados de dolor destruyen mi convicción, haciéndome creer que vivo en una tragedia griega. Sé luchar por lo justo mientras haya pequeñas victorias entre los grandes obstáculos; no estoy dispuesto a enfrentarme a un imperio ni a morir como Gandhi lo estaba. Como dicen en Inglaterra: “The grass is always greener on the other side of the fence”. Visto desde mi jardín, el césped del vecino es más verde que el mío. En simples palabras: lo que no es, es mejor que lo que es.
De la misma manera en que todos los atributos y características de mi persona se quedan en migajas comparados con los ideales de las figuras históricas, la sociedad del presente pierde valor y es menospreciada cuando se compara con idealismos del pasado o con idealismos de lo que podría ser. Quizás, para no estar en guerra, lo que tengo que valorar no es lo que aún se puede mejorar, sino lo que ha mejorado.
¿Cómo escribir sin estar en guerra?
Cuando creo mi punto de vista al interpretar la realidad, hay una jerarquía de información. Tengo en cuenta un número limitado de factores en la ecuación. Unos factores los valoro, otros los omito o menosprecio y otros los interpreto como me venga en gana. Cada uno tiene su propia ecuación subjetiva. Cuando me siento a escribir, la voz que predomina en mi cabeza es la que esa ecuación interpreta. La oscuridad que cargaba del pasado, sólo me permitía interpretar y ver oscuridad. Como si me pusiera unas gafas con un cristal de dos colores, sufrimiento e injusticias. Esto no significa que si rompiera las gafas, el sufrimiento y las injusticias desaparecerían, sino que no serían los únicos factores de la ecuación. En ella habría el otro lado de la balanza. Si la balanza está equilibrada o no, dependerá de las circunstancias de cada uno y de como se quiera interpretar el pasado y el presente. Teniendo en cuenta que abro el grifo y sale agua potable, que ni las malas cosechas, ni el calor o el frio, ni las bestias salvajes, los fanáticos religiosos o las guerras, son un problema en mi vida presente, me resultaría hipócrita pensar que la balanza de la evolución del ser humano está en favor de lo que no hemos sabido hacer bien. Venimos de aniquilar a los Neandertales. Protegidos con taparrabos y lanzas de palo. En guerras territoriales continuas en donde las culturas surgían y desaparecían como la espuma chocado contra la arena. Llegamos hasta el colonialismo y la despreciable mentalidad racista y egocéntrica que mutiló el progreso de los países sometidos y que aún afecta. Como sugiere Jared Diamond en “Colapso”, hubo cinco razones principales para la caída de las culturas: el daño medioambiental, como la deforestación o la erosión de las tierras fértiles; el cambio climático, ríos variando el curso, largas sequías; la dependencia de rutas comerciales que se pierden o son bloqueadas por guerras; la violencia interna o externa; y las respuestas erróneas ante los problemas ambientales internos, como las enfermedades. Muchas razones a lo largo de la historia por las cuales morir de hambre, de enfermedades, violado, torturado o por un mazazo. Me estoy yendo por las ramas de lo negativo. Supongo que a veces es bueno recordar lo adversas que fueron las circunstancias que nos rodeaban, para apreciar la suerte del presente momento. Volvamos a la balanza. El otro lado lo habitan las tribus de seres humanos intentando sobrevivir en un mundo hostil. El surgir de las civilizaciones que dejaron sus legados históricos. La herencia de los artistas, médicos, ingenieros, profesores, sabios, filósofos y maestros espirituales, muchos de ellos poniendo su granito de arena para que hoy vivamos en un mundo mejor. Esta es la narrativa que quiero creer, ayudada por los argumentos de “Sapiens” de Yuval Noah Harari, “En defensa de la Ilustración” de Steven Pinker y unos cuantos libros más. Claro, también están los libros terribles que muestran el otro lado como “Las venas abiertas de América Latina” de Eduardo Galeano, “Archipiélago Gulag” de Aleksandr Solzhenitsyn y tantos otros.
Hay otra balanza importante en donde se centra nuestra atención al percibir la realidad. En un lado está lo que nos une, en el otro lo que nos separa. La mentalidad de tribu que nos ayudó a sobrevivir a lo largo de la historia, se ha convertido en un obstáculo ante un mundo global. Nuestra tribu debería de ser la tribu humana, y ahí se acabarían muchos problemas, pero no es así. Eso es un ideal. El primer pensamiento de mi tribu en contraste con otras tribus, comienza con mi familia y las familias de los demás. Nuestro papel higiénico y el vuestro. Nuestro equipo de fútbol, nuestra religión, nuestro partido político, nuestra ciudad, nuestro país y el vuestro. En realidad, todo se puede resolver de manera simplista a que somos unos fanáticos adoradores de tribus. Cuando pertenecemos a una tribu, ya sea por nacimiento, cultura o elección, la nuestra es la mejor.
Si bien es cierto que a veces para progresar, hay que ver la balanza desequilibrada: ser negativo, juzgar y analizar; el siguiente paso, el equilibrador, ha de ser positivo: arreglar, mejorar o volver a empezar. Si nos quedamos en el primer paso, el mundo parece más oscuro de lo que es. En palabras de Steven Pinker: “Las ideas que sembraron el terreno para la elección de Trump… incluyen, ver hacia donde se dirige el mundo con pesimismo, el cinismo hacia las instituciones modernas y no ver un objetivo superior en nada que no sea la religión.” Los idealismos en contraste con el bombardeo continuo de noticas negativas de todo el mundo, omitiendo las positivas, pueden tener un efecto neutralizador. Las noticias positivas, vistas en su mayoría con escepticismo y desconfianza, no son valoradas, desequilibrando la balanza. Así ha sido para mí y para algunas personas que conozco. En lugar de hacer algo para que el mundo mejore, me centraba en mí mismo y en mis metas individualistas, mientras me quejaba de lo mal que está todo y de lo impotentes que somos. Según como lo narro en mi mente, el resurgir del populismo y de los líderes autoritarios, está ligado a la sensación de impotencia que sentimos ante un mundo que va a peor. La solución, escuchar la respuestas simples de los populistas, y darle el poder a alguien que dice que va a arreglar el mundo con su par de cojones. Otro punto de vista válido es el que expresa Sebastian Junger en Tribu: “Cuando las sociedades modernas comienzan a menospreciar el papel de la vida en comunidad, a su vez, elevan el papel del autoritarismo. Ambos factores se repelen, cuando uno sube, el otro tiende a bajar.”
Terminando con los idealismos y la ecuación que alimenta mi creatividad basada en las balanzas de la vida. Los idealismo son guías que marcan el camino, pero no creo que sea beneficioso compararnos a nosotros mismos y a nuestras sociedades con lo que podría ser. Comparar el presente con lo que podría ser el futuro o con lo que nos gustaría que fuera el presente, puede crear una visión negativa de insatisfacción con lo que en realidad es el presente. Esa insatisfacción es la causa del conflicto interno. Ese conflicto interno es el que me inspiraba a escribir. ¿Puedo escribir sin estar en conflicto? Quizás lo que he de valorar por encima es el contraste entre el pasado y el presente, sacando una conclusión positiva de progreso.
¿Puedo escribir sin estar en guerra, sin alimentar la separación, sin formar parte de una tribu? ¿Dónde está el conocimiento que no divide, que no crea conflictos? ¿Qué es lo que nos une? Lo único que viene a mi mente es el amor y la compasión. Para cambiar, supongo que primero he de aceptar al mundo tal como es, amarlo por lo que es, con sus grandes logros, derrotas y sufrimientos. Sin duda como seres humanos no se puede negar que lo hemos intentado. Generación tras generación hemos intentamos crear un mundo mejor en el que vivir. Aunque hay una voz en mi cabeza que no lo ve así. Valora de manera negativa los logros del presente. No quiere conectar los puntos para crear narrativas de crecimiento y redención, sino de sufrimiento y explotación. Se ríe de mi positivismo y me dice que soy una persona privilegiada escribiendo desde mi posición de ventaja. Que es una inconsciencia pensar que el mundo es mejor de lo que fue, teniendo en cuenta el medio ambiente y las consecuencias negativas de un futuro erosionado por la comodidad y la avaricia de una sociedad cada día más individualista. En parte esa voz tiene razón, pero no deja de ser otra interpretación. Otra ecuación con sus datos limitados creando una generalización absoluta para defir un término que tan solo puede ser analizado de manera subjetiva. El mundo, el presente y el pasado son términos subjetivos que dependen de puntos de vista e interpretación. No es que quiera ignorar la voz crítica, sino que prefiero escuchar la voz creativa que me inspire a ayudar. Me he centrado demasiado tiempo en lo que fallamos como seres humanos, en la violencia, la crueldad, la avaricia, las injusticias, el egocentrismo y el egoísmo. Quizás sea el momento de dejar de creerme el heraldo de la verdad y lo justo. En mi lucha contra la violencia, escribía violencia. En mi lucha contra el egoísmo, me volví egoísta y egocéntrico encerrado en mi casa escribiendo. En mi lucha contra las injusticias me volví injusto con la gente que tiene puntos de vista distintos al mío. Quiero mirar en la profundidades de mi ser y ver aguas transparentes y calmas. Quiero mirar al mundo y valorar lo bueno sobre lo malo. Quiero ayudar con mis acciones a que la balanza sea positiva.
¿Qué escribir cuando llevo dos meses leyendo cada día cuantas personas han muerto? ¿Se puede ser positivo en estos momentos? Si acaso, lo positivo es soñar que el mundo va a cambiar después del aislamiento. Que el sufrimiento nos unirá y nos hará ver que tan frágiles somos. Creo haber entendido en la filosofía de Krishnamurti, que el cambio existe hoy, no en el mañana. Si vamos a cambiar mañana, no cambiaremos, ya que mañana seremos quienes seamos hoy. El cambio tan solo existe en el presente. Hoy creo que hemos cambiado. Nos preocupamos más por las vidas de los cercanos y los lejanos. Nos importa más la vida de los que trabajan en hospitales que la vida de los famosos. Nos surge una sonrisa cuando vemos a los animales salvajes rondando por las plazas. Nos inspira ver a la gente cantar en las terrazas de distintos países. Nos hace pensar cuando el mundo se detiene, nuestras metas se ponen en pausa y el medio ambiente sana. La pregunta difícil es si seguiremos siendo tan solidarios y compasivos cuando nos dejen libres nuevamente, cuando la economía se caiga, y miles de personas pierdan sus trabajos e incluso sus hogares. ¿Estaremos dispuestos a hacer sacrificios por el medio ambiente y por los demás? ¿Seguiremos siendo solidarios o volveremos a echarle la culpa a los gobiernos y a esperar que los políticos solucionen todos los problemas, mientras nosotros estamos cómodos en nuestras casas? ¿Volveremos a sentirnos impotentes al creernos las conspiraciones que dominan el mundo, o entenderemos que lo que importa es el orden que ponemos en nuestras mentes ante un mundo incierto? ¿Volveremos a una normalidad de juicios, reproches e inactividad, o haremos algo para ayudar? El tiempo dirá si cada uno de nosotros puso el esfuerzo necesario para que los cambios permanezcan. Lo que haré mañana es una narrativa imaginada. La única certeza es lo que hago ahora y de momento este texto se acaba, la pregunta ha sido contestada.